Últimamente pienso mucho en las plantas invisibles. Se parecen a mis
amigos invisibles en que en realidad sí puedo verlas, pero a diferencia
de mis amigos invisibles, otras personas también pueden verlas si se las
señalas. Son las plantas que crecen silvestres en las banquetas,
camellones y hasta tejados de la ciudad.
Me dan ganas
de decirle a todos los peatones y peatonas apresuradas de la CDMX que
voltén a verlas. Quiero decirle a la Cuadrilla Podadora del Gobierno de
la CDMX Trabajando para Usted que detenga su podadora automática, que
eso no son malas hierbas ni empobrecen el paisaje. Todo lo contrario,
miren ustedes queridos y queridas trausentes y Cuadrilla Podadora del
Gobierno de la CDMX Trabajando para Usted, esas plantas son flores
silvestres nativas de México, algunas son incluso parientes de nuestros
cultivos. Ahí donde están llegan insectos, y llegan siguiéndolos
pájaros, y también colibriés que buscan el néctar. Y entonces ese parche
de vegetación no es un terreno valdío, sino un pequeño oasis.
No
todo lo que brilla es oro, y no todo lo que es verde es la mejor
naturaleza para la ciudad. Muchas, quizá la mayoría, de las plantas
ornamentales que tapizan nuestros parques y jardines no tiene flores ni
semillas que le gusten a las especies de aves e insectos nativos de
México. Por eso hay menos animales donde están esas plantas ornamentales
sacadas de AutoCAD, que donde están las plantas que crecen silvestres.
Quienes no me crean hagan el experimento: voltear a ver a las plantas
invisibles y contar cuántas otras formas de vida estarán cerca.
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