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martes, 18 de noviembre de 2008

Uno de mis bichos favoritos

Hoy es uno de esos días en que el tiempo fluye con una lentitud adorable pero el ímpetu no alcanza para comenzar a hacer la tormenta de trabajos que se perfilan para estos finales. Así que aquí estoy, escribiendo sobre cosas que no vienen al caso, esperando encarrilarme para lograr empezar a redactar sobre lo que sí debo.

El otro día en un intermedio de una clase le comenté a un amigo que las metanógenas son sin duda mi procarionte favorito (la entrada pasada de este blog es prueba fiel de esto) y de ahí nos enfrascamos en el absurdísimo juego de primaria de enumerar nuestras cosas favoritas: mi animal microscópico favorito son los tardígrados, mi invertebrado favorito es el pulpo... y así ,y así, ridículeces maravillosas en que entretener la memoria. Sólo no pude responder cuál sería mi anaerobio favorito, pero me escapé con un típico "tendré que pensarlo". Días después traté de pedalear una subida como si no hubiera dejado la bici por un par de semanas y no tardé en sentir el reclamo de mis muslos. Hasta ese momento mi lista de anaerobios se limitaba a bacterias de ambientes insólitos (cualquiera lo haría; tendemos a considerar los procesos anaerobicos como exclusivos de procariontes) pero cuando terminó la subida sin que yo detuviera mi andar recordé que en realidad los eucariontes podemos ser anaerobios por períodos cortos.

El fenómeno es bastante común, incluso cotidiano para los deportistas, sucede cada vez que sobrejercitamos un músculo: el oxígeno transportado en la sangre no es suficiente para que las células realicen la respiración, es decir que obtengan energía a partir de la glucosa y oxígeno y desechen bióxido de carbono. Entonces, si la demanda energética continúa las células musculares recurren a la fermentación del ácido láctico, proceso anaerobio en el que se obtiene energía también a partir de la glucosa pero en ausencia de oxígeno y el desecho es lactato. La respiración se lleva a cabo en las mitocondrias, y la fermentación del ácido láctico en el citoplasma, o en otras palabras el camino con oxígeno necesita mitocondrias y el sin oxígeno no.

Según la popular teoría de Margullis, las mitocondrias fueron alguna vez bacterias aerobias de vida libre que fueron engullidas por un protoeucarionte anaerobio tolerante (que no utiliza oxígeno, pero que puede vivir en condiciones donde lo hay) . Sin embargo resultó que el protoeucarionte no logró digerir a la bacteria y que el ambiente citoplasmático era ideal para ésta, por lo que comenzó a producir energía de más, beneficiando a la célula mayor. Fue el inicio de una endosimbiosis estrechísima que culminó con la bacteria transformándose en lo que ahora llamamos mitocondria y a la que le debemos el poder respirar.

La fermentación del ácido láctico ahora nos parece una "alternativa de emergencia", pero en realidad antes de la aparición de las mitocondrias fue EL mecanismo para obtener energía. Sustituirlo no estuvo de más: la respiración es más eficiente, el ácido láctico es tóxico en grandes concentraciones, es difícil de eliminar y además forma cristales que dañan el tejido.

La mayoría de los animales que recorren grandes distancias sin detenerse, como las aves migratorias, pueden brindarle suficiente oxígeno a sus músculos como para que sus mitocondrias hagan el trabajo, pero muchos otros, como los humanos, no podemos abastecer bien al músculo cuando la actividad es demasiado intensa, casos de emergencia donde la fermentación del ácido láctico entra en acción.

Al final, mi anaerobio favorito son mis propias células que a pesar de tener mitocondrias y funcionar en un mundo de oxígeno mantienen en algún lugar de su genoma nuclear la información para efectuar la ancestral fermentación del ácido láctico.