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sábado, 25 de octubre de 2014

Esto que siento

Javier Raya publicó el texto que acompaña al video de abajo. Disentimientos de la Nación.


Tras ver el video una amiga pregunta qué sentimos los que disentimos. Es una pregunta política, pero voy a responder primero, y sólo, con describir que es lo que siento.

Lo que yo siento no se compara con el dolor verdadero, porque entre los tantos muertos de México no hay ninguno que sea un lazo inmediato mío. Sí de amigos, sí de familiares, sí suficientemente cerca para tener miedo. Pero no, el miedo no aflije tanto como lo que siento. Lo que yo siento, decía, no se compara con el dolor verdadero. Pero cala hasta el fondo del ánimo, se sienta en medio del pecho y se queda ahí: una roca que he cargado los cuatro años que llevo en el extranjero. Una roca que palpita, con espinas de adentro hacia afuera, cada vez que veo las noticias de México. Vivir lejos no es huir de lo que pasa. Me entero en los medios (bueno...) y en los muros de mis amistades, o me cuentan quienes están ahí viviendo la historia. A veces me entero de México cuando estoy sola en casa, a veces en un descanso del trabajo. A veces las lloro en silencio, a veces salgo a correr. La mayor parte de tiempo solo retengo las noticias en la boca y luego las trago. Van directo a la roca que llevo en el pecho. Ahí han se contraen, se acumulan y se vuelven parte de mí. Ahí han estado en los momentos más felices de mi doctorado. Ahí están cuando mis amigos europeos preguntan cómo estoy y la respuesta es perfecto. Ahí están, son esto que siento y que no sé cómo, ni quiero, quitarme de dentro. Llevo esta roca en el pecho no como como fuente de rabia, no para recordarme mis privilegios, la llevo sin objetivo y sin buscar llevarla, como se llevan también las otras cosas que sentimos y que nos miran desde el espejo.

Yo también disiento de cómo se lleva la política en mi país y de cómo actuamos como sociedad. Por eso regreso a vivir a México. Vivir en México, estar con quienes sostienen el ánimo y construyen con lo impensable, es la única forma que concibo me dejará sentir posible el horizonte y no creer que todo esfuerzo es vano y todo futuro inlograble.




domingo, 19 de octubre de 2014

Avalancha y adiós

¿Por dónde se empieza a escribir lo que se dejó a la memoria en tiempos que cada día fue una avalancha?  Ahora no logro sacar palabras de mis notas apresuradas de papel. No logro armar la historia coherente que quisiera. No tengo cómo describir en una entrada de blog lo que significaron para mí los últimos diez días de septiembre y los primeros días de octubre. Voy sin embargo a enumerar los hechos.

El pasado septiembre terminé de escribir mi tesis de doctorado. Esta es la portada:


Y la dedicatoria:



La mayor parte de la tesis la escribí en el último año y medio. Dos de los capítulos ya están publicados (aquí y aquí, have fun...), pero el las últimas semanas de septiembre terminé el último capítulo, escribí la introducción y conclusiones generales y organicé el texto y figuras en un formato común. Debería haberlo hecho en mi escritorio, con ayuda de una pantalla extra y la calma del silencio. Pero no, entre mi desorganización y un par de atrasos fortuitos terminé haciendo todo eso con laptop en las piernas mientras Marta nos manejaba al otro lado de la isla, o en los recesos de la conferencia-festival a la que asistí del 22 al 27 de septiembre:


El evento fue algo que no logro definir del todo. Una especie de conferencia de divulgación de la ciencia y espectáculo de talentos que a veces hizo palpitar mi ánimo ante la objetividad y belleza de la ciencia y a veces me pareció un circo ridículo en el que científicos son adorados por el público con la misma sinrazón que estrellas de pop enloquecen masas de adolescentes. Pero tal es la condición humana e imagino no puedo lanzar la primera piedra.

Las conferencias magistrales las dieron físicos, biólogos, astronautas, químicos, músicos y sus combinaciones. Katherina Harvati dio una excelente plática sobre los neardentales, la otra especie de Homo con la que caminamos hace no tanto. Richard Dawkins me desilusionó con una plática poco entusiasta y demasiado básica sobre cómo podría ser la vida en otros planetas. Charlie Duke habló de su experiencia como astronauta del Apolo 16 y luego volcó su discurso a hablar del cristianismo y porqué deberíamos convertirnos (?). Harold Kroto encendió nuestro ánimo científico con una charla que oscilaba entre la química pura y un llamado a la libertad como fuente de la creatividad científica. John Ellis habló del LHC, de la física de partículas y el bosón de Higgs con elocuencia y simpatía bárbaras. Stephen Hawking rebasó mis altas expectativas con dos pláticas fabulosas sobre el tiempo, el origen del universo y los agujeros negros. Mark Boslough hablo de meteoritos y cómo podríamos (deberíamos) defender a la Tierra. Después, en el corredor, me dejó tener en mi mano un meteorito, y más impactante aún, un pedazo de arena fundida por el impacto de un meteorito en el desierto de Egipto hace 29 millones de años:


Walt Cunningham, otro astronauta de antaño, habló de los "buenos viejos tiempos" cuando la NASA aceptaba retos bajo circunstancias que hoy la hacen retroceder. Su queja me pareció válida, pero a mi parecer en sus palabras había demasiados dejos sexistas y nacionalistas. Alexei Leonov, el primer humano en caminar el espacio, en cambio, también tenía fresca en la memoria la Guerra Fría y hablaba con aire de soldado, pero algo en su discurso (en ruso) invitaba más a la reconciliación y a la exploración del universo con el ánimo de quién contempla el cielo nocturno y siente cercanas a las estrellas.

Y luego claro, la música. Este festival se trata de reconciliar lo que no se pelea pero que muchos insisten en separar: el arte y la ciencia. Star por estrellas, mus, por música. Por eso Harold Kroto habló del arte en su vida, por eso Brian May, guitarrista de Queen y astrofísico, subió al escenario dos veces: primero como científico a deleitar nuestra percepción 3D con una plática sobre estereoscopía y segundo como músico, acompañando a Rick Wakeman: 


Y música de nuevo en la clausura. La voz de Katerina Mina como una flama en el escenario y la letra griega de Alexandros Hahalis aferrándose a las estrellas.

Terminó Starmus e imprimí mi tesis. Al día siguiente, con los ojos delatando mi falta de sueño, subí a la cima del Teide. Al atardecer su sombra escurre por la isla, llega al mar y luego trepa por la humedad de la atmósfera. Luego desaparece con la Luna. A la Vía Láctea la vimos antes del alba, mientras ascendíamos los últimos cientos de metros a la cumbre. El viento era helado y feroz. El cráter despide olor a azufre, vapor de agua brota caliente por orificios pequeños y la sombra del Teide se extiende de nuevo, pero al lado contrario, mientras el Sol nos deja ver el mar. El resto de las islas podrían bien ser montañas. Podría yo estar en la Faja Volcánica Transmexicana viendo a La Malinche desde el Popocatepetl. Pronto será, pero ahora, adiós a las Canarias.