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miércoles, 5 de enero de 2011

Conclusión de año nuevo: lección aprendida de la botánica

Tuve la suerte de visitar Madrid para el cambio de año. De los españoles y su España en crisis, pero también en fiesta, hay mucho que contar. Será para otra ocasión, pues uno) este pobre blog me agarra como siempre limitada de tiempo y dos) hay que limitarnos al chisme del biogalón natural y quisque científico, que para los meramente humanos está el caralibro y el anecdotario a la hora del cotorreo. Quedémonos con que los españoles no cantan mal las rancheras pero no bailan bien las cumbias -aunque les gusta ponerlas- y pasemos al meollo de esta entrada.

Madrid es una ciudad grandiosa con atractivo para cualquier gusto (suposición sin estadísticas). No sé en qué lugar de la lista de "tengo que verlo" del turista promedio esté el Real Jardín Botánico, pero yo no me quise ir sin visitarlo.

Me encantó la exposición temporal "Imágenes del paraíso. Las colecciones de Mutis y Sherwood". Ilustraciones botánicas de la una expedición española a Granada en el siglo XVIII (y cachito del siguiente) y de obras más recientes (últimos 30 años, más o menos) de Margaret Mee y algunos otros artistas. De dicha mujer, por cierto, me declaro fan y brindo mis respetos. Gran trabajo como ilustradora y como protectora de la selva amazónica, de esas personas a las que sin saberlo les debemos un cachito de mundo.

Volviendo con mi visita, la fotografía será muy buena para muchas cosas y su empleo en la ciencia es una virtud indiscutible. Pero una acuarela, o un dibujo templado, que muestra el perfectísimo detalle de las hojas, el tallo y las estructuras sexuales de una planta, en una composición arreglada de maravilla, es, con su permiso, inigualable.  Me encanta saber que la botánica -con sus  jardines, ejemplares de herbario e ilustraciones a mano- utiliza el "pasado" como también hace uso de técnicas moleculares y se pavonea con la modernidad.

En fin, venía pensando en eso cuando, ya de vuelta a mi recorrido por el jardín, llegué a la Estufa de las Palmas. Se trata de un antiguo invernadero construido en 1856 para albergar plantas tropicales. Su sistema de calefacción consistía en unos canales excavados bajo los pasillos y cubiertos con rejillas de hierro que se llenaban de estiércol. La fermentación de éste elevaba la temperatura y la humedad, de modo que las palmas tropicales podían vivir felices cuando afuera imperaba el invierno europeo.



Lo que esto quiere decir es que mucho antes de que la discusión apocalíptica de "se nos termina el petróleo y nos llega el calentamiento global" ya se utilizaban procesos biológicos como fuente de energía, los mismos que ahora se anuncian como una de las posibles vanguarias. Imposible no pensar que las metanógenas, adorables archeobacterias de quienes ya les platiqué alguna vez, están detrás del funcionamiento del ingenioso sistema de calefacción, pues en resumen se encuentran en el estiércol y producen metano como nosotros bióxido de carbono.

Hoy en día, dado el tipo de plantas que mantienen dentro y las suficientemente elevadas temperaturas que se obtienen con el buen diseño y orientación del invernadero, la calefacción no es siquiera necesaria. Lindo el sitio, como si la vegetación se lo comiera por dentro:




El otro invernadero del jardín, más moderno, hace uso de paneles solares pero no de los que producen electricidad, sino que con ellos se calientan aire y agua. Luego tales se distribuyen cuidadosamente para mantener la temperatura y humedad adecuada en tres secciones distintas: desierto, subtrópico y trópico. En resumen es un sistema de tubos, escotillas, ventanas y buena arquitectura. Un ingeniero me dirá que tiene su chiste, no digo que no, pero admitámoslo: en esencia es es sencillísimo. Esta muy mala fotografía ejemplifica un poco el asunto:



Habría que darle un poco de humildad a nuestros aires modernos y ver para atrás. Hay técnicas que sin la más sofisticada de las nanotecnologías pueden brindar soluciones concretas a nuestro uso de la energía, tan importante en estos tiempos, ahora sí de "se nos termina el petróleo y nos llega el calentamiento global". Así como lo cortés no quita lo valiente, lo pasado no quita lo eficiente.

Declaro esa mi conclusión de año nuevo, una lección aprendida de la botánica. 

Dicho esto salud por el veinte diez que se nos tereminó y salud por el veinte once que llega lleno de conflictos y retos. Por aquí escasea el buen tequila, por eso me dio gusto saludar a ésta agavácea: