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martes, 8 de noviembre de 2011

Atrapar las nubes

Yo era una niña pequeña la primera vez que fui a la Sierra Norte de Puebla. Recuerdo despertar de un sueño de carretera para abrir los ojos a una realidad que ni mi imaginación ni mi asombro  conocían. “Alis, asómate a ver la niebla”, dijo uno de mis padres. Lo que siguió fueron mis mil preguntas y la explicación entorno al llano hecho de que estábamos dentro de una nube. Íbamos despacio. Los faros acobardados de alumbrar más de tres metros adelante. La carreterita sinuosa dibujando el perfil de la barranca abrupta. De repente, entre claros de cielo, el perfil de los árboles en la cima de montañas al otro lado, como islas flotantes. A mí nadie me había dicho que se podía estar así dentro de una nube y era lo más fantástico que me había ocurrido en mis larguísimos años de vida.
    Tenía en las manos el huevito de plástico que venía dentro del huevito de chocolate con sorpresa adentro. Clásico de la infancia. El coche estaba detenido. Desde la media ventana que me permitía bajar el seguro para niños saqué mis manos con el contenedor de plástico abierto. Después de unos segundos lo cerré y guardé mi tesoro sin mencionar palabra alguna hasta días después.
    Días después, ya de regreso en la Ciudad de Puebla, lo que conté fue en medio del llanto y la más pura de las desilusiones. Mi intensión en aquella carretera era atrapar un pedacito de nube, guardarlo en el huevito de plástico para liberarlo luego en mi cuarto. No sería una nube muy grande, ciertamente, pero sería linda. Me la imaginaba yo bien alto, casi tocando el techo y moviéndose de vez en vez de una esquina a otra con el viento. Pero en vez de eso, cuando separé las dos piezas naranjas del contenedor, lo único que había era un par de tímidas gotas de agua. Por eso, más tarde en algún momento de la escuela, me quedó clarísimo el ciclo hidrológico, aunque admito que aprendí con cierto rencor el término condensación.
    El fin de semana pasado venía contando la anécdota al asomarme al camino de neblina que recorríamos en algún lugar cerca de Zacatlán. Al día siguiente Piedras Encimadas nos recibió con un día despejado y el esplendor de su valle. Nos recibió también con la bienvenida profesional de una muchacha de sonrisas naturales. Teníamos tanto tiempo sin ir como años tiene mi hermana menor, que son ya trece. Contrario a lo que uno cree que va a pasar siempre con los paraísos naturales, Piedras Encimadas ha mejorado, y bastante. En primer lugar, la deforestación, que era evidente, descarada, trágica y respondía a la necesidad de la gente que no tenía otro modo de ganarse la vida, ha disminuido. No sólo eso, el monte ha vuelto a cubrirse de bosque. Por todos lados se ve repoblación natural de pinos y encinos que crecieron tan sólo con quitar el ganado de sus renuevos, y además se nota la reforestación, sobretodo con Pinus patula y sus hojas lloronas. “Los programas de reforestación empezaron por ahí del 2002 y siguieron hasta el 2008, ahorita es cuestión de esperar a que amarren” Me respondió Jorge atento a mi entrevista. Jorge es caballerango y guía. Una de las 70 personas que trabaja para la asociación civil que lleva el parque y que está conformada por ellos mismos, es decir la gente de la región, aunque el predio sea propiedad de Gobierno del Estado. Nos dio el recorrido completo. Cada piedra con forma de algo: la paloma, el camello, la madre y el niño, la tortuga, el caracol, el rostro, el perro y los que se ocurran, como si aquello fuera jugar lotería. También nos habló del Mesozoico y la erosión con la seguridad con la que a mí me da por hablar del Pleistoceno en este blog.
    Digo todo esto porque si alguien fue a Piedras antes del 2000 recordará que se oía en el trasfondo siempre el rugido de las motosierras, y que el turismo era la irresponsabilidad del visitante que se subía y pintarrajeaba todas las piedras y el oportunismo de la gente local que compitiendo entre sí se ofrecía a rentar un caballo que podía correr desbordado sin problema o a vender una quesadilla en un plato desechable que terminaría en el suelo. No niego que escalar las piedras tenía su encanto, pero la realidad es que a como iban las cosas el valle iba pronto a sufrir los estragos irreparables de la sobreexplotación y erosión humana. Y sin embargo me parece que la situación cambió para bien. Todo la gente que nos atendió está perfectamente bien capacitada y cumple una función específica. La visita se puede hacer a pie, a caballo, en bicicleta o en carreta. Hay guías, zona de acampado, tirolesa (fenomenal), área de alimentos, basureros, sanitarios. Todo organizado, todo delimitado entorno a un plan que no cayó en parque de atracciones ni en caminos de cemento. En una palabra: bien.
    Pero ahí no acaba mi historia. Visitamos también La Cascada de Tulimán, que está poco después de la de Quetzalapa, siguiendo por el mismo camino. Yo nunca había ido. El proyecto tiene cinco años que abrió al público. Admito que la organización y profesionalismo de la gente me sorprendió aún más que en Piedras Encimadas. Desde el primer señalamiento a la orilla de la carretera un joven recibe con toda la amabilidad y avisa por radio que va a bajar una camioneta. El sendero a la cascada está bien planeado. Las otras actividades que se pueden realizar responden al mismo orden. Zona de acampado, tirolesa, escalada de árboles, rapel y senderos por paisajes que se prenden en la piel: la cascada, la convergencia de dos ríos y las aguas minerales en lajas labradas por el tiempo.
    El proyecto emplea a 50 personas en temporada alta, todas del ejido Tulimán al que pertenecen las tierras y el proyecto mismo. Cincuenta del total de 80 habitantes. “Éramos pueblo de madereros hasta que se fue viendo que estaba muy bonito y que el turismo podría rendir más, sin tener que talar el monte” Me cuenta uno de los jóvenes que atiende los caballos. Una parte de mí se pregunta si no será discurso aprendido para encantar al turista. Pero no parece. Vamos bajando. Al otro lado se ve la cicatriz de un deslave que ya se repobló de árboles. David tiene once años y no vivió las Lluvias del 99, pero me cuenta que se murió mucha gente. A mí me gusta poner como ejemplo de servicios ambientales cómo el bosque es clave para sostener el suelo en una topografía tan abrupta.
    El sendero para bajar a la cascada es húmedo. Vamos por una de esas cañadas con elementos mesófilos. Los encinos se cubren de epífitas, y helechos verde brillante salen entre el musgo de las rocas. El sonido del agua se escucha desde el principio, pero es sólo al darle la vuelta a una última loma que puede contemplarse, así de golpe, la caída de agua que salta violenta y grácil desde trescientos metros arriba. Parte del líquido detiene su carrera algunos segundos en pozas gris azulado, pero la mayoría escurre sin freno, como si llevara prisa por esculpir más las montañas, por asomarse desde el fondo de la barranca y su clima casi tropical hasta la cima de las colosas y sus pinos preparados para el frío. Y es así, en medio de la vorágine, que las aguas de tanto caer vuelan, y las gotas diminutas se salen del cauce del río, lo envuelven y lo mojan todo, son casi niebla, blanco que envuelve la cascada y sigue moviéndose, como para recordarme que las nubes no se atrapan en frasquitos de plástico sino que se dejan sueltas para que hidraten la serranía.

   

(de verdad no se lo pierdan, está a dos horas y media de la Ciudad de Puebla).

lunes, 19 de septiembre de 2011

El Pingüino, un mes después

Soy un desastre. No me queda mas que pedir disculpas a quién incauto se asome a este solitario blog, y que regañarme a mi misma de nuevo por la falta de disciplina. Esta vez mi excusa es que mi computadora abandonó la tierra de la funcionalidad, se rompió toda la rutina que ya tenía armada y se perdió una entrada de blog que tenía en borrador. Aquí va un mes después de lo que debería.

El doce de julio falleció Alfonso Serrano. Nunca lo conocí en persona, sólo de apodo (El Pingüino) y de alguna conferencia que atendí. Era físico. Conozco bien a otros dos (grandes) científicos que eran cercanos a él. Sé que la noticia de su muerte les dolió y uno mis condolencias con la impotencia de todo consuelo.

El Pingüino y yo tenemos en común a la Sierra de La Negra, Tliltépetl en la voz nahua. Esa montaña, volcán, que parece pequeña sólo porque acompaña a la elevación más alta de México, el Citlaltépetl. Ambas corazón del Área Natural Protegida Parque Nacional Pico de Orizaba, un importante remanente de bosque de coníferas y encinos que con la altitud aparece en medio de un clima desértico. Hermoso e irreal fenómeno, laboratorio evolutivo, aunque tan común le parezca a nuestros ojos mexicanos acostumbrados al surrealismo.



El pasado abril subí ambos colosos para colectar muestras de Juniperus monticola, Pinus hartwegii, Eryngium proteiflorum y Cirsium ehrenbergii, especies que terminaron por crecer a más de 3500 msnm por perseguir al frío. Antes, durante los períodos glaciales,  se distribuían más abajo, pero tuvieron que subir cuando el clima se calentó en el periodo interglacial que es el presente nuestro. O por lo menos esa es la hipótesis base de mi estudio, ya veremos que deparan los resultados. El punto es que el pasado abril estuve ahí, siete años después de haber ido en una excursión como parte del Taller de Ciencia para Jóvenes que organiza el Instituto Nacional de Astrofísica Óptica y Electrónica (INAOE).

Y es que en la cima de La Negra, a 4581 msnm, se levanta el Gran Telescopio Milimétrico (GTM). El más grande y más sensible radio telescopio en su tipo: una antena de 32 m de diámetro (pronto será de 50) que sirve para realizar observaciones astronómicas en ondas milimétricas. El proyecto es una colaboración binacional entre el INAOE y la Universidad de Massachusetts Amherst. Empezó en 1997 con la selección de la montaña y la básica, pero complicada, tarea de construir un camino que soportara la maquinaria pesada que tendría que subir hasta donde se siente la falta de oxígeno. Si hacer una casa en medio de la civilización implica todos los contratiempos que los arquitectos conocen, y levantar un segundo piso de periférico acarrea toda la problemática que el DF sabe relatar, imaginen lo que fue construir allá arriba 37 pilares anclados a una profundidad de 20 m y una rotonda subterránea hueca de 40 m de diámetro y 6 m de profundidad. Luego un cono de concreto hueco de 15 m de altura, en cuyo ápice finalmente se ancla el pivote que soporta al telescopio, la antena de 50 m de diámetro.



Al ahora guardia de la caseta de vigilancia en las faldas del volcán, le tocó trabajar en la construcción hace unos años. Lo conocimos en una granizada de regreso de la colecta (mis ayudantes de campo aún se quejan de las tortas frías de pipián que comimos aquel día). Nos contó de cómo, de la nada, se venían tormentas eléctricas que prendían los focos y enloquecían a los generadores eléctricos mientras los albañiles corrían al refugio de madera sintiendo la estática en la piel.

En fin, solo un ejemplo para no entrar en el cuento largo, político, económico, académico y logístico que sé fue, y es, la construcción y operación del GTM. A la fecha no está por completo terminado, pero con todo las observaciones ya comenzaron. El pasado 17 de junio el GTM se asomó formalmente a Messier 82, una galaxia starburst (no me arriesgo a traducir) a 12 millones de años luz. O sea cerca, porque en realidad este instrumento permitirá explorar galaxias muy, muy lejanas.

Imagino que con tales investigaciones algún día entenderemos más sobre el universo primitivo. Imagino (mantengamos el optimismo) que algún día tendré algo que decir sobre la vegetación de alta montaña y las glaciaciones. Curioso pensar que ambos temas confluyen en el Tliltépetl, a la sombra del Cerro de la Estrella.

Mencioné que estuve ahí 7 años atrás para contextualizar dentro de mi propia realidad el grado de paciencia y de visión que requieren proyectos como este. Sólo apto para quienes pueden concebir el largo plazo. Mis respetos. Imagino que los hombros de El Pingüino fueron los que soportaron buena parte de la responsabilidad y el entusiasmo que se han requerido para sacar adelante un proyecto científico así. Buena suerte y ánimos a quienes ahora llevan la estafeta. También gracias.

martes, 21 de junio de 2011

De recursos naturales y crimen organizado

Hace meses que debí escribir aquí mi hartazgo, unir mi voz a quienes estamos hasta la madre. Confieso que el día que leí la Carta abierta a políticos y criminales de Javier Sicilia mi empatía se desbordó en el desconsuelo de la impotencia. Somos más, nos damos cuenta.

Y ya llevamos tanto tiempo dándonos cuenta, que lo que antes parecía una interminable y dolorosa cascada de malas noticias, ya toma también la forma de textos que le buscan cola y cabeza y ayudan a entender qué está pasando y cuáles alternativas podría haber para evitar que el país se colapse frente a los ojos de los que lo vivimos y en manos de los que lo gobiernan.

Por ejemplo, Eduardo Guerrero, en su reciente artículo de Nexos La Raíz de la Violencia, puntualiza cómo y porqué la estrategia antidrogas del gobierno federal ha aumentado y dispersado geográficamente la violencia. No voy a repetir aquí lo que su texto dice mejor. Baste mencionar que a mí su lectura (junto con otros artículos) me ha ayudado a entender la situación de nuestro país más allá de la catástrofe diaria que son los titulares de nuestros periódicos.

¿Porqué estoy hablando de tan políticos hechos en este blog que quiere tratarse del mundo natural y la ciencia que lo estudia?

En primer lugar porque me importa.

En segundo porque estoy de acuerdo con Eduardo cuando dice que para inducir un cambio en la estrategia del gobierno de Calderón, "la sociedad civil desempeña un papel crucial: su indignación y malestar debe cristalizar en una demanda social amplia a favor de la reducción de la violencia". Así pues que esta mísera entrada de blog se una a la indignación colectiva, al hartazgo y a movimientos como el del La Marcha por la Paz del 8 de mayo. Por cierto que ojalá que la marcha se traduzca no en pasajera nota de periódico, sino en autoridades que escuchen. Veremos cómo le va al poeta en el diálogo que pronto mantendrá con Calderón.

Y en tercero porque la narcocatástrofe en la que México se haya sumergido no deja de estar ligada a la biodiversidad y al manejo de los recursos naturales del país. Ahora explico porqué:

Hace poco tuve la fortuna, esa que tenemos los biólogos, de visitar varios puntos de la Faja Volcánica Mexicana para realizar trabajo de campo. Los paisajes que mis ojos no olvidan son una pintura en carne viva que todos deberíamos visitar más seguido. Que una motaña de más de 5,000 metros de altura sobre el nivel del mar emerja del desierto para coronarse con nieves perpetuas no es el común en el resto del mundo. Los cambios de vegetación, la riqueza de especies y la diversidad biológica toda se despliegna nada más asomar la mirada por la ventana, es una maravilla que en verdad enciende de entusiasmo el ánimo.


Y aunque muchas veces retrasé unos minutos la colecta tan sólo para prolongar la dicha de observar aquellos horizontes, me atrevo a decir que esta vez lo mejor de la salida vino del lado humano. Las autoridades de la CONANP y CONAFOR con las que me contacté tanto para solicitar su anuencia como para recibir apoyo logístico (particularmente en puntos de difícil acceso en términos de seguridad) me mostraron una cara de México que si bien ya he tenido el gusto de ver antes, en general es poco sonada. Ahí, en montañas como el Pico de Tancítaro, que sobra puntualizar está inmerso en una zona problemática, hay grupos de biólogos, ingenieros forestales y gente local que en pocas palabras está haciendo bien su trabajo. Sin estarla buscando me encontré con la historia de proyectos de restauración ecológica exitosos (como en el Cerro San Andrés, cerca de Ciudad Hidalgo, en Michoacán) y con el testimonio de los efectos positivos de las brechas cortafuego y los empleos temporales que genera (como en el Izta-Popo-Zoquiapan).

Una reflexión inmediata y que ignoro si puede calificarse de acertada, me lleva a pensar que si este tipo de instituciones gozaran de un mayor presupuesto que las migajas con las que actualmente operan, se generaría una cantidad decente de empleos locales que representarían una alternativa económica a jóvenes que actualmente migran a Estados Unidos o terminan peligrosamente cera de las andadas con el crimen organizado. Además, más que un programa social de los que sólo reparten apoyo económico, la correcta administración de las Áreas Naturales Protegidas es vital para conservar la biodiversidad y los servicios ambientales con los que nos proveen, a la vez que el manejo adecuado de los recursos naturales podría llevar a aprovechamietos forestales sustentables, fuente de ingresos que podría ser más redituable que la ganadería y agricultura en muchas zonas.

El escenario contrario es uno que no menciona Eduardo, pero que ya comienza a dar indicios de sumarse a la lista de daños colaterales de la diversificación de la violencia: el apoyo del crimen organizado (derivados en algún punto del narcotráfico, como explica en su texto) a taladores clandestinos (que por si mismos ya suelen ser peligrosos) con resultados tan terribles como el de Cherán en Michoacán. Muertos, desaparecidos y 50% del bosque de la localidad quemado o talado por el crimen organizado:


Aunque no tan sonados, ni de semejantes dimensiones, hay otros casos que empiezan a palpitar en nuestro país y que de seguir así me temo se convertirá en una amenaza (otra) seria a la biodiversidad (y por ende sociedad) mexicana.

Un pequeño, enésimo recordatorio de que los recursos naturales deben formar parte de la agenda de prioridades de México. En este caso, y tristemente, también en la de la inseguridad y la estrategia de combate al narcotráfico.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Todo pasa

Y todo queda, pero lo nuestro es pasar.

Últimamente veo correr las horas con el asombro de que todo está pasando en estos días. Egipto derrocando a su malgobierno. Landscape genetics en el último número de Molecular Ecology. El correo de mi hermana con noticias sorprendentes. El Mastretta MXT insultado en Top Gear de la BBC. AW con una plaza de investigadora. Mi banda en la selva trabajando más que nunca y como siempre. Marín por fin fuera del gobierno de Puebla.

Y yo entonces tomo una ruta distinta al laboratorio. Me voy por el parque donde estoy sola en la neblina que avanza blanca sobre los árboles y los campos de fut. Sola no con la soledad que se siente desde el centro del pecho hasta cierto rincón del cerebelo, sino sola con la soledad donde se puede pensar en calma dándole vuelta a la enésima conclusión ya tomada el mes anterior, ya repasada y superada. La querida ciencia como una onda de altos y bajos, de crisis y éxtasis que dependen de una misma, que son un proceso formativo que ocurre al mismo tiempo que las cosas que pasan allá en el mundo.

El lago parcialmente congelado con gaviotas que lo caminan a tramos. Con los minutos tempranos decido hacer la ruta más larga para visitar mi jardinera favorita. Una donde conviven, con la maravillosa coincidencia de lo que significan para mí, una Melastomataceae y un Taxus. Dos plantas que tanto me recuerdan las dos cosas más importantes en mi vida como bióloga y que tantas veces parecen inconcebibles juntas. Dos plantas que en medio de los estudiantes que transitan me alegran el día, me sonríen casi.



Y yo sigo caminando por las losetas húmedas. Chiflo de purita alegría ante la melancolía trágica del mundo del que somos parte y por el que andamos con nuestra rutina y nuestros objetivos a inmediato, corto, mediano, largo, implanificable plazo.

Sí biogalón, escribo esto aquí porque tú y yo sabemos cuánto tiene que ver con el mundo verde que llevas dentro y que desde nuestra infinita humanidad los científicos nos damos a la tarea de querer entender.

Feliz motivadora media semana.

miércoles, 5 de enero de 2011

Conclusión de año nuevo: lección aprendida de la botánica

Tuve la suerte de visitar Madrid para el cambio de año. De los españoles y su España en crisis, pero también en fiesta, hay mucho que contar. Será para otra ocasión, pues uno) este pobre blog me agarra como siempre limitada de tiempo y dos) hay que limitarnos al chisme del biogalón natural y quisque científico, que para los meramente humanos está el caralibro y el anecdotario a la hora del cotorreo. Quedémonos con que los españoles no cantan mal las rancheras pero no bailan bien las cumbias -aunque les gusta ponerlas- y pasemos al meollo de esta entrada.

Madrid es una ciudad grandiosa con atractivo para cualquier gusto (suposición sin estadísticas). No sé en qué lugar de la lista de "tengo que verlo" del turista promedio esté el Real Jardín Botánico, pero yo no me quise ir sin visitarlo.

Me encantó la exposición temporal "Imágenes del paraíso. Las colecciones de Mutis y Sherwood". Ilustraciones botánicas de la una expedición española a Granada en el siglo XVIII (y cachito del siguiente) y de obras más recientes (últimos 30 años, más o menos) de Margaret Mee y algunos otros artistas. De dicha mujer, por cierto, me declaro fan y brindo mis respetos. Gran trabajo como ilustradora y como protectora de la selva amazónica, de esas personas a las que sin saberlo les debemos un cachito de mundo.

Volviendo con mi visita, la fotografía será muy buena para muchas cosas y su empleo en la ciencia es una virtud indiscutible. Pero una acuarela, o un dibujo templado, que muestra el perfectísimo detalle de las hojas, el tallo y las estructuras sexuales de una planta, en una composición arreglada de maravilla, es, con su permiso, inigualable.  Me encanta saber que la botánica -con sus  jardines, ejemplares de herbario e ilustraciones a mano- utiliza el "pasado" como también hace uso de técnicas moleculares y se pavonea con la modernidad.

En fin, venía pensando en eso cuando, ya de vuelta a mi recorrido por el jardín, llegué a la Estufa de las Palmas. Se trata de un antiguo invernadero construido en 1856 para albergar plantas tropicales. Su sistema de calefacción consistía en unos canales excavados bajo los pasillos y cubiertos con rejillas de hierro que se llenaban de estiércol. La fermentación de éste elevaba la temperatura y la humedad, de modo que las palmas tropicales podían vivir felices cuando afuera imperaba el invierno europeo.



Lo que esto quiere decir es que mucho antes de que la discusión apocalíptica de "se nos termina el petróleo y nos llega el calentamiento global" ya se utilizaban procesos biológicos como fuente de energía, los mismos que ahora se anuncian como una de las posibles vanguarias. Imposible no pensar que las metanógenas, adorables archeobacterias de quienes ya les platiqué alguna vez, están detrás del funcionamiento del ingenioso sistema de calefacción, pues en resumen se encuentran en el estiércol y producen metano como nosotros bióxido de carbono.

Hoy en día, dado el tipo de plantas que mantienen dentro y las suficientemente elevadas temperaturas que se obtienen con el buen diseño y orientación del invernadero, la calefacción no es siquiera necesaria. Lindo el sitio, como si la vegetación se lo comiera por dentro:




El otro invernadero del jardín, más moderno, hace uso de paneles solares pero no de los que producen electricidad, sino que con ellos se calientan aire y agua. Luego tales se distribuyen cuidadosamente para mantener la temperatura y humedad adecuada en tres secciones distintas: desierto, subtrópico y trópico. En resumen es un sistema de tubos, escotillas, ventanas y buena arquitectura. Un ingeniero me dirá que tiene su chiste, no digo que no, pero admitámoslo: en esencia es es sencillísimo. Esta muy mala fotografía ejemplifica un poco el asunto:



Habría que darle un poco de humildad a nuestros aires modernos y ver para atrás. Hay técnicas que sin la más sofisticada de las nanotecnologías pueden brindar soluciones concretas a nuestro uso de la energía, tan importante en estos tiempos, ahora sí de "se nos termina el petróleo y nos llega el calentamiento global". Así como lo cortés no quita lo valiente, lo pasado no quita lo eficiente.

Declaro esa mi conclusión de año nuevo, una lección aprendida de la botánica. 

Dicho esto salud por el veinte diez que se nos tereminó y salud por el veinte once que llega lleno de conflictos y retos. Por aquí escasea el buen tequila, por eso me dio gusto saludar a ésta agavácea: