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martes, 6 de enero de 2009

Impertinencia biológica

Hoy vinieron a casa de mi abuela (nunca supe para qué, pero me dio ilusión pensar que para no dejar morir "las comidas de los martes") Mateo, Daniela y la tía Verónica. Debieron ser como las cuatro de la tarde, yo ya había pasado por los alimentos del día, pero me sentí espontáneamente feliz de acompañarlos a la mesa y hacer plática. Mi error como siempre, lo segundo.

Les conté que mi mamá (ignoro cómo) encontró un establo muy cerca de la casa donde un nonno chipileño vende leche como leche y no horchata diluida con hormonas. Si mi anécdota parecía presumible resulta que Daniela, cuyos aires de campo dan para todo, está a punto de comprar una vaca y una pasteurizadora, muy dispuesta a darnos leche a todos. Yo entonces, además de ver fascinada los frijoles refritos que parecían sazonados por el fantasma de mi abuela, me acordé de las metanógenas que tanto han habitado este blog y le sugerí que consiguiera un biodigestor para aprovechar el metano y ahorrarnos un poquito de efecto invernadero. Como es evidente se me pidió una explicación acerca de tales misteriosas criaturas y yo les conté, sin ninguna aduana filtrando mis palabras el proceso digestivo de las vacas, la dificultad de partir la celulosa, la endosimbiosis con microorganismos, el papel del rumen, del estómago y del estiércol en la producción de metano... luego recordé los basueros municipales de no sé qué país nórdico donde hacen biodigestores enormes que alcanzan para abastecer gran parte de la calefacción de invierno de una ciudad. Y así hasta que ya por la ensalada la tía Verónica me pidió les cambiara el tema a noticias menos drámaticas que el cambio climático y más apropiadas para la comida que los 100 litros de metano que eructan una vaca al día. Lástima porque ya me había acordado de los ratones y la coprofagia.

Miré al jardín y me topé con una araucaria que de niña no me doblaba la altura y que ahora libera el paisaje de la invasora civilización de enfrente. Les platiqué que sus conos miden más o menos el tamaño de mi cabeza y que cuando están verdes (luego se deshacen, como los de los oyameles) son peligrosos. Les dije también que vienen de Chile y que sus parientes cercanos están en Australia, vestigio de cuando los continentes no se habían separado. Continué diciendo que el Pinus ayacahuite de al lado sí era mexicano, curioso, por que introdujeron la especie a Chile y ahora es la principal fuente de madera de ese país. No hubo discusión política al respecto (en mi familia que todo lo vuelve tema) y en cambio se acordaron de la Preciosita y de los niños de Paola que no se querían bañar. Tras algunos minutos de anécdotas familiares salió a colación que la que sí necesitaba un baño era Daisy y que ese mismo día había que hablarle a Carolina la veterinaria para ver cuándo podía. Por cierto si la ves -le digo a Daniela- le avisas que Megatona ya está perfecto. Nombre, no era nada grave, metió la cabeza en el río o en algo que sólo puedo imaginar como un cadáver y se le infectaron los ojos.

En este punto, mi primo Mateo que tiene una mezcla inverosímil de las personalidades de sus padres soltó lo que seguro había estado guardando desde que empezamos con lo del estiércol. Que estaba comiendo, o tratando, y que no quería oír ni de los estómagos de las vacas y los bichos y sus desechos ni de los ascos que Megatona hiciera o dejara de hacer. Dí riendo (ya que) alguna escusa estúpida, como que también les había contado de las araucarias, y luego de alguna manera la conversación se fue hacia asuntos de la casa. Ya me andaba despidiendo cuando llegó mi papá con su chamarra de leñador de los Pirineos y noticias que tenía que platicarles.

En mi familia si bien casi todo se vuelve tema de discusión, análisis o sátira, todo se vuelve comentario familiar o chisme. Para las siete de la tarde mi papá ya me había recriminado de cómo les había quitado el apetito en la comida y una hora más tarde mi mamá se reía o me regañaba (nunca entendí) de cómo lograba meter "mis conversaciones de estiércol" a cualquier parte.

Yo por lo pronto admito mi culpa: ningún departamento de mi cabeza mandó un memo sobre censura y mucho menos una alarma. Para mí la tierra no es mugre sino humnus, el estiércol no es... estiércol sino hábitat. Para todos aquellos a los que los inoportuno con mis impertinencias biológicas una disculpa, no es mala intención sino descuido.

=P