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sábado, 27 de marzo de 2010

Todo lo que no sé

Hace unas semanas andaba escuchando música en el coche con un amigo guitarrista. Los que me conocen sabrán que, aunque la música cala en lo más profundo de mis entrañas, el ritmo, el oído y en general todo lo que tenga que ver con su producción e entendimiento namás no se me da. Denme un pincel y crearé el mundo, pero con un instrumento nada. Total que mi “escuchar música” era un rudimentario oír los sonidos, mientras que mi cuate en verdad navegaba por cada nota y entendía lo que estaba pasando. Apiadado de mi mediocridad comenzó a indicarme cómo escuchar, qué momento sentir, cómo darle el golpe a un rock profundo y oscuro como las almas que lo son a fuerza de desventuras. Su entusiasmo me recordó el mío propio cuando voy a caminar por un bosque y no puedo evitar contarle a mis (inocentes no-biólogos) acompañantes sobre las glaciaciones del Pleistoceno, la maravilla de la evolución y la complejidad de la biodiversidad. Son otros mis ojos y por eso, como bien por cierto me dijo otro músico al que torturaba yo mientras subíamos La Malinche, un mismo paisaje me genera sensaciones más complejas que a otros.

Días después durante un seminario del laboratorio sobre si GST y sus similares pueden medir la diferenciación genética o no, me acordé de ese sentimiento al escuchar la intervención de mi asesor. Fue un comentario breve y puntual sobre algo que los demás no habíamos notado y que me hizo reinterpretar mis conclusiones. Ahí de nuevo estaba una misma lectura cuyo significado fuera de las líneas es claro para quién tiene ojos para verlo. No pretendo entrar en un ensayo filosófico a este respecto, es un lugar común que muchos habrán hecho mejor que yo, con creces. Es solo la repentina necesidad de hacerlo evidente, de decir que estoy consciente y que, ante todo, lo disfruto y agradezco.

Ayer durante una sesión de discusión de uno de los capítulos del Capital Natural de México, Evolución de enfoques y tendencias en torno a la conservación y el uso de la biodiversidad, no pude sino volver a comprobar cuan distinto es el análisis bajo la mirada de cada quién. Me di cuenta, una vez más, de todo lo que no sé, de cuánta historia y contexto me perdí por no haber nacido y de todo lo que no entenderé en carne propia sino que aprehenderé (sí, con h) de las palabras de alguien más. Cómo hacerlo es la verdadera tarea, no me basta con leer la información escrita, el verdadero entendimiento es la discusión. Todo lo que sabemos está en la capacidad de asimilar las percepciones de los otros. Me gusta que me pasen discos que deberé oír cinco veces para disfrutar y discutir artículos cuyas consecuencias creo visualizar, pero preferiré siempre si además alguien me muestra su mirada, me cuenta sobre el ecosistema que recorro atónita y me enseña lo que no está escrito pero puede leerse. No es necesitar al experto para que nos lleve de la mano, no es ser incapaz de formular un camino independiente. Es tomar prestados sus ojos y sus oídos para leer la realidad y sumar su entendimiento al propio. Es ser todos los hombres desde nuestra pequeña y solitaria humanidad.

Todo lo que no sé no lo sabré. Pero ahí están quienes engrandecen mi vida (al final sí nos llegó la cursilería, chale) mostrándomelo. Felices seminarios, sesiones de discusión, momentos de compartir música, películas o literatura y largas y tendidas conversaciones para todos.