Qué ni qué, los días vuelan. Debí finalizar la historia de Paquito, mi colmoyote (Dermatobia hominis) meses atrás. Fue las ganas de encontrar las palabras adecuadas y la foto perfecta las que me entretuvieron. Y ahora ni lo uno ni lo otro, pero finalmente, la última entrada del Diario del colmoyote, mas no de este blog si es que le sigo escribiendo y alguien lo sigue leyendo pasado el auge del morbo parásito.
Por motivos del destino académico y azaroso en estos momentos me encuentro a 52° de latitud Norte, lo que quiere decir que oscurece antes de las 4 pm y que no llegaremos a 10°C en ningún momento del mes. Pero eso sí, la mayor parte del día estamos al borde del 100% de humedad. Justito como en la selva. Los hongos crecen en las paredes y lo corroen todo si es que la tecnología baja la guardia un instante. La madrugada es bruma. Ocultos así, los árboles son sólo una silueta y los pájaros un canto lejano. 100% de humedad como en los aguaceros de la selva pero frío, frío suficiente para que la vegetación sea por completo distinta, para que la biodiversidad toda recuerde a las montañas más altas de México. Y luego la nieve, ayer vi nevar por primera vez en mi vida y lloré como quién descubre el mar. En fin, comento sobre el estado del tiempo para abrir la conversación.
Decía de Paquito. Vivió 10 días (un aplauso a J por revisar) mientras yo irónicamente andaba de nuevo por su lugar de origen. Sus ojos rojos (hermosos) se decoloraron tras su muerte. Su peso seco fue de 0.04473 g que puedo presumir fueron construidos prácticamente en su totalidad gracias al consumo de mi persona.
Vénganos las fotos:
Y por cierto, de esa última ida a la selva me llevé otros dos colmoyotes. Uno de ellos fue particularmente difícil de detectar, estuve segura de que se trataba de tal huésped 20 días después, a unos días de partir a la tierra lejana donde les decía me encuentro. El vuelo a esta latitud es largo y dio tiempo para que me pusiera la cinta (sí, llevo cinta plateada siempre en la mochila), esperara a que se asfixiara y lo extirpara. Lamento no presentarles un video de la extracción, pero la complejidad de la maniobra superó a mi energía y a los escasos recursos del baño del avión. Lo mejor que pude hacer fue grabar al ejemplar después, pues la larva seguía viva:
100% de humedad y nieve, bosques recién plantados cuyos ancestros se refugiaron al sur durante las glaciaciones. 100% de humedad y calor, la selva con sus millones de especies, en una tierra de condiciones estables. El avión que cruza el Atlántico, el océano que separa las masas de tierra que estuvieron unidas. Las cicatrices que Dermatobia hominis dejó en mi piel, discretas marcas de un ciclo de vida parásito, de un organismo que de adulto no se alimenta más pero que cuando larva come de nuestro tejido, recordándonos que nuestras células están hechas de lo mismo que el resto de la fauna, que puede digerirnos, construir nuevas proteínas con nuestros aminoácidos, que somos, al fin y al cabo, parte de esta hermosa consecuencia evolutiva que llamamos biodiversidad.
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Toda la historia del colmoyote:
Diario de mi colmoyote y yo I
Diario de mi colmoyote y yo II
Diario de mi colmoyote y yo III
Diario de mi colmoyote y yo IV
Diario de mi colmoyote y yo V
Diario de mi colmoyote y yo VI
Diario de mi colmoyote y yo VII
Diario de mi colmoyote y yo VIII
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Diario de mi colmoyote y yo XII