Inés es, o fue (aún guardo esperanzas) una araña de la especie Steatoda albomaculata. La identificación la hice según la guía de Arañas y alacranas de la Ciudad de México y sus alrededores, de naturalista. Nunca logré tomarle una foto decente. Los mejores ángulos los tuve mientras me bañaba, pues Inés tuvo a bien hacer su telaraña en una esquina de mi regadera. Cuando las gotas del vapor de agua se condensaban en su telaraña ella (o el) salía a beber. Eran como copas de cristal para las finísimas patas de Inés, que se las llevaba a la boca mientras yo, enjabonada, la observaba con deleite.
Inés llegó a la regadera en marzo del año pasado. Mudó dos veces de exoesqueleto. A ratos se escondía en una grieta de la pared, unos días máximo. Por lo general se las arreglaba con los bichos que entran por la ventana, pero también le llevábamos hormigas (mejor no permitir exploradoras en la cocina). Hay otras como Inés en nuestro departamento, pero esa esquina de la regadera es particularmente fácil de monitorear, y una no puede evitar tener una relación más íntima con un ser que te acompaña mientras te bañas.
Tiene varias semanas que no vemos a Inés. Oscilo entre darla por muerta y pensar que quizá esté hibernando. Sé que algunas arañas sí lo hacen, no tengo idea de si esta especie también. La primavera dirá.
Escribo hoy sobre Inés porque me debatía si limpiar o no su telaraña. Al final pensé que la única telaraña que debería decidirme a quitar son las que acumula este pobre blog. Ha pasado mucho que contar. Me disculpo por el silencio, pero a veces la mente sólo tiene ánimo para sobrevivir la vorágine diaria, y una cae en la mala costumbre de no escribir. Se me va notando el propósito de año nuevo que según yo no iba a caer en el lugar común de admitir.
1 comentario:
Y finalmente: ¿qué pasó con Inés?
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