Pocos biólogos llegan a la carrera sin haber leído El Origen de la vida de Alexander Ivanovich Oparin. Yo lo hice por primera vez en secundaria, con un ejemplar, que según veo en sus datos de publicación, cumple una década este septiembre. Tristemente en aquella época yo tenía la costumbre de no hacer notas ni subrayar los libros, estoy de acuerdo que en ciertas obras tal acto es un crimen, pero en este caso me hubiera encantado el ejercicio de reencontrarme con las opiniones de esa Alicia que fui.
Me encontraba realizando tales personales recapitulaciones mientras leía el primer capítulo: La Lucha del Materialismo contra el Idealismo y la Religión en torno al Problema del Origen de la Vida, cuando me di cuenta de que, así como esa parte introductoria del libro es una lección histórica de cómo el hombre ha atendido la cuestión del origen de la vida, el libro en sí es otra lección histórica. No me refiero al hecho de que se haya publicado por primera vez (en ruso) en 1924, ni a que actualmente se encuentre traducido a muchísimos idiomas y se considere (y sea, o por lo menos en nuestro país) un clásico indispensable de la biología, ni siquiera está relacionado con su relevancia para la materia. El libro es una lección de historia porque a lo largo de sus páginas demuestra lo que en el primer capítulo critica de la manera de “hacer ciencia” o simplemente de entender la naturaleza: el hombre está atado al hombre. Toda explicación de los fenómenos que nos rodean, sobre todo del origen de la vida, está ligada a las ideas sociales, políticas y religiosas del momento. Ideas absolutamente descabelladas como la aparición de ratones a partir de estiércol o de gusanos por la pudrición de los pecados eran perfectamente congruentes con la cosmovisión de la época. Claro que, me argumentaría cualquiera, ninguna de esas teorías tenía un sustento científico, pruebas irrefutables para cualquier hombre que carecieran del acto de fe ni mucho menos. Pues bien, a nuestro parecer, y al de Oparin, la ciencia moderna es laica y por ende no está impregnada de sesgos absurdos: Dios dejó de ser siquiera una hipótesis a considerar. Sin embargo la ciencia sigue atada a nosotros, a nuestra cosmovisión y entrono sociopolítico. El origen de la vida es una lección histórica perfecta de este caso: está tan repleta de menciones del comunismo como muchas obras más antiguas de alabanzas innecesarias a Dios.
Doy algunos ejemplos:
[...] de qué modo tan completo nos descubre ese camino la esencia de la vida y cómo nos permite dominar la naturaleza viva, modificarla conscientemente en el sentido deseado y transformarla en beneficio de los nombres que construyen el comunismo. 1
En nuestros días el principio del desarrollo evolutivo de la materia es aceptado ya por muchos naturalistas, no sólo en la Unión Soviética, sino también en otros países. Pero la mayoría de los investigadores de los países capitalistas únicamente hace extensivo este período de la evolución de la materia que precede a la aparición de los seres vivos. Pero cuando se trata de esta etapa, la más importante de la historia del desarrollo de la manteria, estos investigadores se deslizan inevitablmente hacia las viejas posiciones mecanicistas, invocan la “feliz casualidad” o buscan la explicación en inescrutables fuerzas físicas. 2
Los éxitos alcanzados últimamente por la biología soviética nos permiten confiar en que esa creación artificial de seres vivos muy sencillos no sólo es posible, sino que se conseguirá en un futuro no muy lejano.3
No conozco la biografía de Oparin más allá de elementales detalles, por lo que no me atrevo a ahondar en sus motivos para escribir de tal manera, aunque en realidad sólo hay tres posibilidades: o estaba plenamente convencido de que en su obra tenía que exaltar al comunismo; lo hacía porque de no hacerlo no sería publicado o una feliz combinación de ambas. El comunismo tiene una fuerte fundamentación en el materialismo, y el materialismo fue una pieza clave para poder comenzar a hablar del origen de la vida como algo ajeno a las fuerzas divinas, la discusión de Oparin es entonces lógica e inacusable. Pero el caso es el mismo: su libro obedece a su momento histórico, y esto no es ninguna acusación: a pesar de que los individuos son quienes revolucionan las ideas ellos mismos son los hijos de su tiempo.
Al final, por supuesto, sabemos que la obra de Oparin es extremadamente importante para la biología, se trata de la primera discusión sobre el origen de la vida con fundamentada únicamente desde el punto de vista científico. Gracias a él, y al inglés Haldane, el estudio del origen de la vida se abrió como uno de los campos más extraordinarios de la biología, y las teorías actuales siguen fundamentándose en sus ideas.
Si ya me he atrevido a hacer tales sentencias de personajes pasados, entonces no hay motivo para negar que la fuerza del Homo sapiens sobre el Homo sapiens exista hoy ¿Podemos negar que la ciencia está atada a nosotros mismos? Me pregunto entonces qué clase de respuesta esperamos al investigar el origen de la vida, y si esta respuesta es tan objetiva como deseamos que sea o si sin darnos cuenta la vemos a través de un velo que hemos creado nosotros mismos. ¿Qué clase de ciencia puede hacerse hoy? ¿Nos percatamos de cómo influye nuestro contexto social, político, económico y cultural en nuestra ciencia?
1 A. I. Oparin. El Origen de la Vida. Trabajos Manuales Escolares. 1ra edición, septiembre 1998. México. p. 10
2 Ídem p. 27
3 Ídem, p. 134.