El mundo natural a veces sólo necesita unos pocos centímetros para que se desarrollen grandes dramas de sexo, vida y muerte. A veces, si nos fijamos bien, podemos ser testigos silenciosas de estos dramas. Hoy nos tocó serlo.
Es un martes de octubre. Ha llovido los últimos días y hace frío, tal vez por eso es que me duele la garganta y me siento congestionada. O tal vez sea covid. Por eso trabajo hoy desde casa. Son las dos de la tarde y estoy en una llamada telefónica. Subo a la terraza para tener más espacio para caminar mientras hablo. Sostengo que así pienso mejor. Le explico a M los detalles sobre los indicadores de diversidad genética, ese proyecto en el que llevamos un año, junto con colegas de 8 países más, discutiendo la metodología.
En medio de la llamada me detengo a observar una abeja europea (Apis mellifera) que hacendosa trabaja en una flor. La planta es una suculenta (¿alguna especie de Sedum?) que da pequeñas flores rosas y que ha aguantado bien las insolaciones y granizadas de una azotea chilanga. Fijando mejor la vista descubro que en la misma flor hay también una mariposa verde (Callophrys xami), pero no está comiendo, sino que cuelga al lado.
Foto: Alicia Mastretta-Yanes
Mientras, sigo hablando con M, aprovecho la libertad de los audífonos para maniobrar el celular y tomar fotos tanto de la abeja como de la mariposa para subirlas a Naturalista.
Tengo el firme, pero mal cumplido, propósito de participar en Poliniza (red de jardines para polinizadores) y en el Reto de Naturalista Urbano Octubre 2022 (evento de la app de ciencia ciudadana Naturalista para subir en pocos días muchas observaciones de flora y fauna de ciudades). Me pongo contenta de que las plantas que poco a poco he acumulado en la terraza estén atrayendo insectos polinizadores, aunque la abeja sea europea y la mariposa una vieja conocida cuya población mantengo más o menos a raya pues si no pueden acabar con mis suculentas (especialmente las Echeveria). Detecto de hecho una oruga de esta misma especie de mariposa, ya regordeta y creo casi lista para comenzar a pupar, en una planta vecina.
Foto: Alicia Mastretta-Yanes en Naturalista
La oruga se está comiendo a la planta y esto sin duda no le conviene a la planta. Pero las mariposas adultas llevan el polen de una flor a otra, es decir las polinizan, y eso sí que le conviene. O sea, las mariposas le ayudan a las mismas plantas que se comen a poderse reproducir sexualmente. Tarea complicada cuando eres una planta: un ser que no se puede mover para buscar pareja.
Más específicamente las mariposas (y las abejas, moscas, colibríes, murciélagos y otros animales varios) se ven atraídas a las flores para tomar su dulce néctar, y la planta aprovecha para cubrir al animal visitante en polen, el equivalente del esperma en el mundo de las plantas. Luego el animalillo viaja a otra flor, donde a su paso hace que el polen que ha viajado en su cuerpo entre en contacto con el estigma (ese palito sin polen normalmente al centro) de la nueva flor. Ahí (en la mayoría de las especies) la planta detecta que el polen corresponde a otro individuo (si no que chiste) y deja que entre por el estigma hasta las profundidades de la flor donde se encuentra el óvulo.
Foto: Alicia Mastretta-Yanes
La fecundación ocurre y tiempo después veremos un fruto (la flor transformada ahora en un vehículo de dispersión) con semillas dentro (el embrión). En algunas plantas la polinización se hace por el viento, como en el maíz y los pinos, pero la mayoría de las frutas y legumbres que comemos requieren una ayudadita animal para satisfacer su vida sexual.
Pienso en todo esto en automático, costumbre de bióloga, mientras sigo hablando por teléfono y sigo viendo a la afanosa abeja explorar cada pequeña flor. La mariposa en cambio no se mueve. Me imagino que salió de su pupa hace poco, y que está terminando de secar sus alas después de emerger. Pero no. Cuando me doy la vuelta para observarla mejor, justo después de terminar la llamada, me doy cuenta que la mariposa no está ahí voluntariamente, sino que ha sido presa de lo que creo es una araña cangrejo (familia Thomisidae). Esto amerita una carrera por la cámara y el lente macro.
Foto: Alicia Mastretta-Yanes
Maestras del camuflaje y la estrategia, estas arañas habitan en las flores que con tanto ahínco visitan los insectos polinizadores. Luego esperan que la cena venga a ellas. Cuando una presa adecuada llega, la atrapan con fuerza bruta (no tejen redes), le inyectan enzimas digestivas y comienzan a beber su interior. Ese lento proceso de alimentación es el que ven en las fotos.
Foto: Alicia Mastretta-Yanes
Arriba, la abeja seguía con su diligente labor de polinización. Sexo, vida y muerte en una misma flor.
Foto: Alicia Mastretta-Yanes en Naturalista.
“No pensé que un drama tan grande estuviera ocurriendo en nuestra azotea”, dijo Erick desde el fondo de su asombro.
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