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lunes, 17 de octubre de 2022

El mundo ante la encrucijada: El futuro desde distintas miradas

Ayer domingo 16 de octubre del 2022 participé en el VII Encuentro libertad por el saber del Colegio Nacional. El encuentro lo organizó Julia Carabias, quién fue (y siempre seguirá siendo) mi maestra. En la mesa en la que participé, coordinada por Javier Garciadiego, hablamos José Sarukhán, Rolando Cordera,  Roger Bartra y yo, cada quién con su forma de ver el futuro y entender el pasado. 


Abajo les dejo la versión escrita de lo que dije, así como el video. Son lo mismo, palabras más palabras menos, y con la errata de que al hablar dije  "Voy a comenzar por la juventud y feminismo", cuando debió ser  "juventud y el ambientalismo".






Participación de Alicia Mastretta-Yanes

Para mí el futuro es una ceiba. Las ceibas son el árbol más alto de la selva. Verdaderos colosos del trópico que, contra-intuitivamente no tienen raíces profundas. Para sostenerse, las ceibas utilizan contrafuertes, una especie de raíz que crece en escuadra desde unos metros arriba de la base del tronco. La mayor estabilidad se logra con cuatro contrafuertes opuestos. Es así como las ceibas logran crecer muy alto y muy rápido a pesar de que los suelos de la selva no son profundos ni ricos en nutrientes. Nuestro presente tampoco tiene mucho donde echar raíces, por eso creo que el futuro deberá tener cuatro contrafuertes o no se sostendrá: la juventud, el ambientalismo, el feminismo y la interseccionalidad. Soy una persona inmensamente optimista, y por lo tanto estoy convencida de que la ceiba puede crecer, pero para ello tenemos que apuntalar cada contrafuerte con cambios claves.

Voy a comenzar por la juventud y el ambientalismo. Cuando Julia me invitó a cuestionar el futuro como joven, lo primero que cuestioné es si podría considerárseme joven aún. Soy joven para los estándares de la academia, aún podría aplicar a las plazas de Jóvenes Académicas de la UNAM y ciertamente soy más joven que el promedio de edad de esta mesa. Pero la más chica de mis hermanas, que está acabando la carrera, no duda en recordarme que soy una chavoruca cada vez que me pongo mi playera favorita de Dragon Ball. Así pues, voy hablar aquí como lo que soy: parte de la generación que nació en los 80s o principios de los 90s. Les milenials: la más vieja de las nuevas generaciones que crecimos con el internet. Y aunque nuestra relación con la tecnología es de lo que más se habla, para mí lo más importante es que somos también la primera generación en heredar la debacle ambiental del planeta. En nuestra infancia, el cambio climático, la extinción de especies y la pérdida de ecosistemas naturales pasaron de discutirse en el ámbito científico, a volverse una urgencia en la agenda internacional.

No sé bien cómo me enteré de estos problemas ambientales, pero recuerdo ser pequeña. Para cuando llegué a la secundaria ya entendía la magnitud de lo que estaba pasando. Crónica de una pandemia anunciada enseñarán en las clases de historia del futuro, porque cuando yo era una adolescente, para la ciencia ya estaba claro que como humanidad estábamos poniendo todas las condiciones para una debacle ambiental y sus consecuencias, como la pandemia que vivimos hoy. Sinceramente me marcó y me hundí en una profunda desesperanza. De ahí me sacaron mi familia, mi profesor de biología y el “primer estudio de país” un libro de la CONABIO que en 1998 me hizo ver que en México había gente a la que estas cosas le interesaban.

Entonces decidí estudiar Biología y hacer un doctorado. Hoy trabajo en la CONABIO, una institución maravillosa donde dirijo o colaboro en varios proyectos para incorporar la diversidad genética a la conservación. Trabajo con comunidades, con la CONANP y la SEDEMA. He palomeado propósitos que la Alicia adolescente jamás imaginó, y sin embargo cargo aún con la misma aprensión en el pecho.

Es que sé que la pérdida de la biodiversidad y el cambio climático siguen ahí. Las cosas que de adolescente leí pasarían por estos tiempos ya están pasando. Ya hubo una pandemia, ya nevó en Texas y las playas del Caribe se cubren de sargazo. Es gravísimo. Yo tenía 7 años cuando en 1992 se celebró la Cumbre de la Tierra y se firmó el Convenio de Diversidad Biológica, para proteger la biodiversidad. Yo estaba entrando a la secundaria cuando se firmó el protocolo de Kioto en 1997, el primer acuerdo para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.

Los resultados de ambos eventos están lejísimos de ser suficientes. Por eso las verdaderas nuevas generaciones que iniciaron Fridays for Future o Extintion Rebellion tienen razón en decir que 30 años fueron suficientes para ponernos de acuerdo. Tienen razón en estar enojadas. Greta Thunberg tiene razón en pedir acciones inmediatas y drásticas. Las verdaderas nuevas generaciones que no han escuchado de cumbres globales pero sí viven la miseria que dejan las inundaciones, la pandemia y las crisis financieras tienen razón en migrar, en querer escapar de las espirales de pobreza y violencia que vienen con el deterioro ambiental.

Por eso no podemos decirle a las nuevas generaciones que no se preocupen, que se preparen, que estudien y que con la ayuda del conocimiento y la ciencia arreglaremos el desastre ambiental. Mi generación ya lo hizo. Somos miles de personas expertas en temas ecológicos, de ciencias sociales, de restauración, de cambio climático, de genómica, de sostenibilidad y transdisciplina. De nada nos sirve tener a todas esas personas jóvenes preparadas, con una conciencia ambiental, social y política, si no aceptamos las herramientas y soluciones que están ofreciendo. Por ejemplo, según datos de la ONU, globalmente menos del 6% de las personas que ocupan cargos legislativos tienen menos de 35 años de edad. El promedio es de 53.

La política es política dirán, pero la academia misma también pone toda clase de obstáculos para que ocurra un recambio generacional. Voy a poner un ejemplo que parecerá insignificante por tratarse de un nicho muy específico, pero es la acumulación de cosas como estas la que da origen a un problema estructural. Pasan incluso en la UNAM, mi alma mater y una institución a la que le tengo mucho cariño. El posgrado en Ciencias Biomédicas tiene como requisito para la titulación de estudiantes, que los artículos resultado de su tesis de doctorado tengan por autor de correspondencia al o la tutora en vez de a la estudiante. Ser autora de correspondencia de un artículo es el crédito más importante, es como ser directora de una película. Es decir, que lo que hacen las reglas del posgrado es que quienes egresen tengan menos méritos de los que deberían. No tengo idea de quién puso esta regla o para qué, pero explíquenme cómo eso no es ponerle el pie a la juventud.

Algo similar ocurre también con las mujeres. Voy a poner de nuevo ejemplos académicos porque es mi ámbito más cercano y por ende del que puedo hablar. Según datos del INEGI en el 2014, 2016 y 2019 hubo consecutivamente alrededor de 1.5 millones de mujeres con educación media superior concluida. Es decir, ya hay en nuestro país un cuerpo de mujeres con educación equiparable a la de los hombres, por lo menos hasta la preparatoria. Son sin duda buenas noticias, porque también se ve reflejado en las mujeres que acceden a una educación universitaria. Pero imagínese ustedes cómo se siente una estudiante de posgrado del CINVESTAV cuando se entera de que un investigador con múltiples denuncias de acoso, hechas y derechas como el sistema las pidió, se postula como candidato a director.


Entonces no podemos pedirle a las mujeres que se preparen, que brillen y hagan ciencia, si no creamos a la par los espacios seguros y las estructuras para dejarnos trabajar.

Por último, voy a hablar de interseccionalidad. Es decir, entender que las desigualdades sistémicas se conforman de la suma de factores sociales que incluyen el género, las preferencias sexuales, el color de la piel, la clase social y varios etcéteras. Otro ejemplo de la academia: habría que preguntarnos porqué la mayoría de las mujeres que logramos volvernos investigadoras y llegar a tener reconocimientos sobresalientes, somos en su mayoría blancas o de familias de la clase media. Claramente hay temas de clase y de acceso más allá de la preparación académica o la creación de capacidades.

Y si en la academia, que es una actividad primordialmente urbana, se nota este efecto, imagínense en el campo. Les pongo como caso la historia de un joven que conocí en una comunidad rural. Se capacitó y certificó para ser guía de ecoturismo, y por un tiempo encontró en estas actividades una forma de vivir al tiempo que la selva de su comunidad se mantenía como selva, un caso de éxito de libro de texto. Pero se cruzó la pandemia y la disminución de la actividad turística. Un familiar enfermó del hígado, la familia se endeudó mucho y el joven terminó migrando a Estados Unidos. Falta de acceso a la salud, deuda, migración y deforestación de por medio. Esta historia es representativa de la respuesta de las personas jóvenes de lugares rurales ante las injusticias estructurales y los estragos locales de los problemas globales.

No es cuestión de tiempo que ocurran los cambios necesarios para que los cuatro contrafuertes de los que hablé se construyan. En primer lugar, porque no tenemos tiempo. Prepararnos, sí, recurrir al mejor conocimiento posible, sí. Pero también educar para transgredir y construir nuevos sistemas y nuevas estructuras. No es cuestión de tiempo, es cuestión de que lo hagamos.

Lo que sí causa el tiempo es la “amnesia generacional”. Ese fenómeno en el cual quienes heredamos el mundo asumimos que la normalidad es la realidad que nos tocó ver. Puede jugarnos a favor y en contra. A favor, porque las nuevas generaciones crecen viendo ciclovías y mujeres científicas como lo más normal del mundo. Al igual que yo crecí sabiendo que las mujeres podíamos votar sin imaginarme que pocas décadas atrás esto no fuera así.

Pero también nos juega en contra. Es difícil percatarse de la pérdida de la biodiversidad si creces en un entorno donde la naturaleza ya se erosionó. Por eso hablamos del ajolote como si siempre hubiera sido rosa y siempre hubiera estado en peligro de extinción. O de la desecación de la Ciudad de México como si la construcción de avenidas con nombres de ríos y canales hubiera ocurrido en la época colonial. Por eso nadie parece notar que los parabrisas de los coches ya no regresan cubiertos de insectos tras un viaje en carretera. La amnesia ambiental generacional es lo primero que tenemos que corregir para hablar del futuro.

El futuro. Empecé diciendo que soy optimista y con todas las desgracias que acabo de narrar seguro les parece que no veo futuro alguno. Pero sé que el futuro puede elevarse rápido y alto como la ceiba de la que hablé por tres razones.

Primera: crecí viendo volverse realidad los imposibles. Todavía en 2019 me dijeron que era un sueño absurdo imaginarse una ciclovía en Insurgentes.

Segunda: las redes sociales y el internet han acelerado el cambio cultural, lo que antes tomaba décadas en permear ahora puede lograrse en meses. Por ejemplo, el efecto que tuvo una canción feminista de Chile en las secundarias y preparatorias de México.

Tercero: estamos al borde de alcanzar la masa crítica de gente necesaria para hacer realidad todos esos cambios. Cuando el Dr. Sarukhán pidió una beca para hacer su doctorado en el extranjero, el gobierno de México le dijo que “la Ecología no era de interés para el país”. Cuando yo era adolescente me sentía sola en mi interés por el medio ambiente, a pesar de que ya existían instituciones como la CONABIO.

Hoy, los y las jóvenes que exigen cambios, puede que sientan enojo, puede que se sientan tristes, pero estoy segura que no se sienten solas.

No sé cuál sea el tamaño de esa masa crítica, pero estoy convencida que estamos por alcanzarlo. Agárrense.

martes, 11 de octubre de 2022

Drama de sexo, vida y muerte en una flor

El mundo natural a veces sólo necesita unos pocos centímetros para que se desarrollen grandes dramas de sexo, vida y muerte. A veces, si nos fijamos bien, podemos ser testigos silenciosas de estos dramas. Hoy nos tocó serlo.

Es un martes de octubre. Ha llovido los últimos días y hace frío, tal vez por eso es que me duele la garganta y me siento congestionada. O tal vez sea covid. Por eso trabajo hoy desde casa. Son las dos de la tarde y estoy en una llamada telefónica. Subo a la terraza para tener más espacio para caminar mientras hablo. Sostengo que así pienso mejor. Le explico a M los detalles sobre los indicadores de diversidad genética, ese proyecto en el que llevamos un año, junto con colegas de 8 países más, discutiendo la metodología.

En medio de la llamada me detengo a observar una abeja europea (Apis mellifera) que hacendosa trabaja en una flor. La planta es una suculenta (¿alguna especie de Sedum?) que da pequeñas flores rosas y que ha aguantado bien las insolaciones y granizadas de una azotea chilanga. Fijando mejor la vista descubro que en la misma flor hay también una mariposa verde (Callophrys xami), pero no está comiendo, sino que cuelga al lado. 

Foto: Alicia Mastretta-Yanes


Mientras, sigo hablando con M, aprovecho la libertad de los audífonos para maniobrar el celular y tomar fotos tanto de la abeja como de la mariposa para subirlas a Naturalista.




Tengo el firme, pero mal cumplido, propósito  de participar en Poliniza (red de jardines para polinizadores) y en el Reto de Naturalista Urbano Octubre 2022 (evento de la app de ciencia ciudadana Naturalista para subir en pocos días muchas observaciones de flora y fauna de ciudades). Me pongo contenta de que las plantas que poco a poco he acumulado en la terraza estén atrayendo insectos polinizadores, aunque la abeja sea europea y la mariposa una vieja conocida cuya población mantengo más o menos a raya pues si no pueden acabar con mis suculentas (especialmente las Echeveria). Detecto de hecho una oruga de esta misma especie de mariposa, ya regordeta y creo casi lista para comenzar a pupar, en una planta vecina.

 

Foto: Alicia Mastretta-Yanes en Naturalista


La oruga se está comiendo a la planta y esto sin duda no le conviene a la planta. Pero las mariposas adultas llevan el polen de una flor a otra, es decir las polinizan, y eso sí que le conviene. O sea, las mariposas le ayudan a las mismas plantas que se comen a poderse reproducir sexualmente. Tarea complicada cuando eres una planta: un ser que no se puede mover para buscar pareja. 

Más específicamente las mariposas (y las abejas, moscas, colibríes, murciélagos y otros animales varios) se ven atraídas a las flores para tomar su dulce néctar, y la planta aprovecha para cubrir al animal visitante en polen, el equivalente del esperma en el mundo de las plantas. Luego el animalillo viaja a otra flor, donde a su paso hace que el polen que ha viajado en su cuerpo entre en contacto con el estigma (ese palito sin polen normalmente al centro) de la nueva flor. Ahí (en la mayoría de las especies) la planta detecta que el polen corresponde a otro individuo (si no que chiste) y deja que entre por el estigma hasta las profundidades de la flor donde se encuentra el óvulo.

 Foto: Alicia Mastretta-Yanes

 La fecundación ocurre y tiempo después veremos un fruto (la flor transformada ahora en un vehículo de dispersión) con semillas dentro (el embrión). En algunas plantas la polinización se hace por el viento, como en el maíz y los pinos, pero la mayoría de las frutas y legumbres que comemos requieren una ayudadita animal para satisfacer su vida sexual.

Pienso en todo esto en automático, costumbre de bióloga, mientras sigo hablando por teléfono y sigo viendo a la afanosa abeja explorar cada pequeña flor. La mariposa en cambio no se mueve. Me imagino que salió de su pupa hace poco, y que está terminando de secar sus alas después de emerger. Pero no. Cuando me doy la vuelta para observarla mejor, justo después de terminar la llamada, me doy cuenta que la mariposa no está ahí voluntariamente, sino que ha sido presa de lo que creo es una araña cangrejo (familia Thomisidae). Esto amerita una carrera por la cámara y el lente macro.
 


Foto: Alicia Mastretta-Yanes


Maestras del camuflaje y la estrategia, estas arañas habitan en las flores que con tanto ahínco visitan los insectos polinizadores. Luego esperan que la cena venga a ellas. Cuando una presa adecuada llega, la atrapan con fuerza bruta (no tejen redes), le inyectan enzimas digestivas y comienzan a beber su interior. Ese lento proceso de alimentación es el que ven en las fotos.


Foto: Alicia Mastretta-Yanes


Arriba, la abeja seguía con su diligente labor de polinización. Sexo, vida y muerte en una misma flor.

 


Foto: Alicia Mastretta-Yanes en Naturalista.


“No pensé que un drama tan grande estuviera ocurriendo en nuestra azotea”, dijo Erick desde el fondo de su asombro.