Pandemia. Día n de la nueva normalidad, que en mi caso es trabajo en casa. Salgo por algo a la tienda. En la banqueta escucho el trinar inconfundible de un polluelo, o polluela, pues a esa edad son indistinguibles, de un ave pequeña. La encuentro a los pocos pasos. Creo que es una polluela de pinzón mexicano (Haemorhous mexicanus). Demasiado joven aún para haber dejado el nido, pero lo suficientemente madura para sobrevivir la caída. Bueno, si sobrevivió tal vez no sea tan joven, me digo. Decido quitarla de la banqueta por la que transitamos tantas personas con nuestros perros. Aún tiene el plumón (ese peluche gris que cubre a los pájaros jóvenes) entre el que asuman algunas plumas adultas. Se ve bastante ridícula, a decir verdad. La dejo en la rama baja de un árbol. Creo escuchar el trinar adulto de su papá y mamá en lo alto.
Cuando regreso está de nuevo en la banqueta, sin poder volar más de 10 cm del suelo. Ahora estoy segura de escuchar un llamado adulto desde el árbol. Selección natural.... le digo a mi conciencia. Y luego veo el pavimento, las paredes de mi edificio, el fresno ahogado en la banqueta que aún así nos regala un follaje espléndido. Pienso en el perro o el gato que se comerá a la polluela, o, más probable, en las ruedas del auto que le pasarán por encima. Es realmente increíble que tengamos aves en la ciudad, pensando en esto. Más al tratarse de una especie nativa, aunque común.
Poli ¿tendrá usted una caja? ¡Vecino! ¿no tenías tu una jaula en tu azotea verde? Sí, esa. Préstamela por favor. Encontré un pajarito, mira, no te vayas, dame 2 minutos y lo traigo.
La jaula es la imagen de una jaula dorada. La misma forma, el mismo columpio enmedio. Por supuesto dorada. El plan es cuidar a la pajarita hasta que sea lo suficientemente mayor para volar por si misma. Hago puré un par de semillas de avena y trato de dárselas en el pico. Aún me teme demasiado para abrirlo. Con el agua ligeramente endulzada tengo mejor suerte.
Me tengo que ir, quedé de ir al laboratorio a recoger una placa para enviarla a secuenciar a una universidad gringa. Dejo la jaula en el baño, con la ventana abierta para que no se acalore demasiado. No he dejado el departamento y ya la escucho trinar y trinar como chillan (casi) todas las crías de los animales con cuidado parental. Cuando regreso, horas después, el botecito con agua azucarada que dejé fuera de la jaula está volteado. La polluela, sin embargo, sigue adentro de la jaula.
No hay mucho enigma que resolver. Los padres deben haber escuchado el trinar de su cría y entrado. Muevo la jaula a un pequeño balcón en la ventana y espero. Al poco rato confirmo la hipótesis. Es la madre la que viene al llamado. Le da de comer a través de los barrotes de la jaula. Bueno, eso soluciona la parte de la comida. En unos días más, si todo sale bien, podré soltarla.
La historia completa:
Polluela de pinzón mexicana II: le dan de comer
Polluela de pinzón mexicana III: vuela vuela
1 comentario:
Es la irresistible tentación de intervenir para ayudar, humanizando a las especies, pero la madre ave se salió también de su rol de ave y se humanizó a sí misma al buscar a su cría hasta donde la escuchaba para alimentarla, aún cuando existen comportamientos de aves que rechazan a sus crías cuando perciben en su olor que un humano las ha tocado. Una buena acción llevó a una experiencia que puede cambiar el comportamiento de la selección natural de esa especie.
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