El otro día en un intermedio de una clase le comenté a un amigo que las metanógenas son sin duda mi procarionte favorito (la entrada pasada de este blog es prueba fiel de esto) y de ahí nos enfrascamos en el absurdísimo juego de primaria de enumerar nuestras cosas favoritas: mi animal microscópico favorito son los tardígrados, mi invertebrado favorito es el pulpo... y así ,y así, ridículeces maravillosas en que entretener la memoria. Sólo no pude responder cuál sería mi anaerobio favorito, pero me escapé con un típico "tendré que pensarlo". Días después traté de pedalear una subida como si no hubiera dejado la bici por un par de semanas y no tardé en sentir el reclamo de mis muslos. Hasta ese momento mi lista de anaerobios se limitaba a bacterias de ambientes insólitos (cualquiera lo haría; tendemos a considerar los procesos anaerobicos como exclusivos de procariontes) pero cuando terminó la subida sin que yo detuviera mi andar recordé que en realidad los eucariontes podemos ser anaerobios por períodos cortos.
El fenómeno es bastante común, incluso cotidiano para los deportistas, sucede cada vez que sobrejercitamos un músculo: el oxígeno transportado en la sangre no es suficiente para que las células realicen la respiración, es decir que obtengan energía a partir de la glucosa y oxígeno y desechen bióxido de carbono. Entonces, si la demanda energética continúa las células musculares recurren a la fermentación del ácido láctico, proceso anaerobio en el que se obtiene energía también a partir de la glucosa pero en ausencia de oxígeno y el desecho es lactato. La respiración se lleva a cabo en las mitocondrias, y la fermentación del ácido láctico en el citoplasma, o en otras palabras el camino con oxígeno necesita mitocondrias y el sin oxígeno no.
Según la popular teoría de Margullis, las mitocondrias fueron alguna vez bacterias aerobias de vida libre que fueron engullidas por un protoeucarionte anaerobio tolerante (que no utiliza oxígeno, pero que puede vivir en condiciones donde lo hay) . Sin embargo resultó que el protoeucarionte no logró digerir a la bacteria y que el ambiente citoplasmático era ideal para ésta, por lo que comenzó a producir energía de más, beneficiando a la célula mayor. Fue el inicio de una endosimbiosis estrechísima que culminó con la bacteria transformándose en lo que ahora llamamos mitocondria y a la que le debemos el poder respirar.
La fermentación del ácido láctico ahora nos parece una "alternativa de emergencia", pero en realidad antes de la aparición de las mitocondrias fue EL mecanismo para obtener energía. Sustituirlo no estuvo de más: la respiración es más eficiente, el ácido láctico es tóxico en grandes concentraciones, es difícil de eliminar y además forma cristales que dañan el tejido.
La mayoría de los animales que recorren grandes distancias sin detenerse, como las aves migratorias, pueden brindarle suficiente oxígeno a sus músculos como para que sus mitocondrias hagan el trabajo, pero muchos otros, como los humanos, no podemos abastecer bien al músculo cuando la actividad es demasiado intensa, casos de emergencia donde la fermentación del ácido láctico entra en acción.
Al final, mi anaerobio favorito son mis propias células que a pesar de tener mitocondrias y funcionar en un mundo de oxígeno mantienen en algún lugar de su genoma nuclear la información para efectuar la ancestral fermentación del ácido láctico.
2 comentarios:
Bueno, mi animal favorito es muy normal: la orca. Aunque cuando era niño veía libros, recortaba estampas de animales y hacía muchos dibujos de ellos. Hacía, por ejemplo, dibujos de sus diferencias:
-entre la onza, el guepardo y el cheeta (que, desde luego, son el mismo animal)
-entre el cerdo, el jabalí, el pecarí de collar y la babirusa
-entre el águila real, calva y arpía, el halcón peregrino y el cóndor
-entre la gacela y el impala; el alce, el venado y el reno; cocodrilos, caimanes y gaviales; coralillos y falsas coralillo; tiburones y dipnoos...
Y bueno, muchos otros. Dibujaba animales raros o recién extintos: avispones (verdes, ja) con sus cinco ojos; aves lira de Australia y aves del paraíso; dinosaurios a lo bestia: muchos dromaeosáuridos...
Todos esos dibujos los tiré a la basura un día, aun de niño. Hace un par años lo retomé e hice algunos otros ya con suficiente técnica; hice UN CHINGO de dibujos sobre un conejo (según de la Luna), que empezó parecido a Rimbaud y luego barrió con un montón de personajes y situaciones (el último fue como Jacques Brel: se quedó pendejo). Pero desde hace tiempo, ya solo hago gente: tipos dados y chicas bonitas que acaban pasándose de verga. Yo quería ser zóologo, de niño; mi héroe era Ace Ventura (¡y bueno! es que es un chingón); recuerdo que mi mamá me llevaba mucho al zoológico, pero no recuerdo NADA de él...
Y es que uno crece y se encuentra con un chingo de cosas: un chingo de situaciones locas y divertidas, en las que quisiera estar; así que, por hacerlas, uno cambia mucho y lo que quería ser de niño se va al infierno. Y cuando ves, ya loqueaste cabrón y (como diría elAle) eso no te hizo más admirado sino, de hecho, vetado en una serie de lugares y burla de teatros y foros.
Y bueno: acabé de vuelta en la ciencia. Pero demasiado prejuiciado ya, para solo hacer dibujos de animalitos y que ello sea suficiente; ahora tienen que ofrecer alguna reflexión, o algún testimonio interesante de vida. Como un delfín asmático, con su salbutamol, empedándose con chicas en brassiere dentro de un jacuzzi; al lado de un narguilé lleno de opio, conectado a la escafandra de un buzo dentro de una huya de castor; sobre una isla cuyo suelo es un corte de polen y atascada de personajes y situaciones similares... i.e. Uno ya no se divierte sino con salvajadas y no soporta nada más: incluso dibujar deja de ser un terreno pleno para la libertad. Así que entonces la busca uno, de otro chingo de modos y acabas con una vida de lo más corriente, en las manos; cuyo tiempo se va y se fue, dejándote con un puño de moscas y un saco lleno de nada.
Y pus te das cuenta de ello y te aguantas: ni pedo. ¿Qué más puedes hacer? Recoges, o no, la pedacera y le sigues. Procuras que lo que parezca remotamente digno de recordarse, tenga de dónde ser recordado. Así sea por uno, cuyos recuerdos se van y deforman cada que intentas repetirlos.
Gould dijo alguna vez que los paleontólogos son una clase rara de adulto que trabaja en lo que de niño decía que quería ser de grande.
Al final por eso itento este blog, para ver con la dicha de una niña lo que ahora veo con ojos de adulta (huy, me sonó fuerte la palabra ahorita).
Publicar un comentario