Alguna vez expliqué el efecto de las fluctuaciones del Pleistoceno (últimos dos millones de años) con un ejemplo de las montañas mexicanas. Pero hoy quiero contar cómo la biodiversidad también se ha movido más allá de los cambios climáticos del Pleistoceno. El clima de la Tierra hoy y hace 60, o hace 30 millones de años no es el mismo. La forma de los continentes no es la misma. Las montañas no son las mismas. Los ecosistemas no son los mismos. Los dinosaurios ahora son pequeños, están cubiertos con plumas y vuelan. Nada pareciera lo mismo, y sin embargo, en algunos lugares existen relictos de la vegetación que alguna vez fue.
El bosque de laurisilvia, colgado en las zonas húmedas a 400-1000 msnm de de Islas Canarias, es uno de esos sitios. Una no lo imagina al primer vistazo. Parecen bosques de niebla como tantos otros.
Bosque de laurisilva en Teno, Tenerife.
Similar a los bosques mesófilos mexicanos, pero más frío, sin helechos arborescentes y dominado por cuatro especies de Lauráceas: Laurus azorica, Apollonias barbujana, Ocotea foetens y Persera indica.
Bosque de laurisilva en Anaga, Tenerife. Foto for Paula Meli
Los parientes fósiles de esas especies son los que delatan porqué estos bosques son tan especiales. Los fósiles no están aquí, sino en el Sur de Francia, Italia y algo de España, y tienen 20 millones de años. Demuestran que algo muy parecido al bosque de laurisilva que hoy existe en las Islas Canarias (al oeste de África y más o menos a la altura de Hermosillo, Sonora) cubría Europa durante el Mioceno y Plioceno, antes de que el Mar Mediterráneo existiera. Luego las placas tectónicas continuaron su deriva y el clima se enfrió, tanto que los bosques subtropicales, como los que dejaron los mencionados fósiles, se extinguieron. Pero algunas especies lograron migrar al sur y sobreviven a la fecha las Islas Canarias y algunas otras islas macaronésicas.
Ese es el orígen de la vegetación de Anaga donde ví caracoles caníbales y de los bosques de Teno, que visité ayer por primera vez. Por eso su neblina invita a imaginar pasados remotos y a preguntarse por su biota prehistórica.
Bosque de laurisilva en Teno, Tenerife.
En eso pensaba mientras, de rodillas en una hojarasca rica en materia orgánica, ayudaba a mi colega a desmontar trampas pitfall. Se trata de un muestreo de insectos parte de un proyecto de investigación de mi asesor. Yo trabajo con plantas de la Faja Volcánica Transmexicana, y heme ahí, al otro lado del Atlántico colectado insectos. La excusa sobra: en un futuro cercano busco incorporar artrópodos a la investigación que estoy haciendo. Para entender cómo se mueve la biodiversidad en el espacio y el tiempo necesitamos estudiar varios grupos de forma comparada, no enfrascarnos en la historia de un sólo taxón.
Así pues, yo, la única del laboratorio que trabaja con plantas en vez de insectos, estaba contando patas. Y pocos días antes, mi asesor, quién siempre bromea con lo aburrido que resulta cualquier artículo que involucre secuencias de cloroplasto, estuvo colectando musgos. La biodiversidad se mueve, y la vida da vueltas.