Mientras trabajo los endemismos, mi parte favorita de la biodiversidad, son números en mi pantalla y la evolución son secuencias de ADN con cuyo análisis bioinformático sostengo batallas de fuerza de voluntad. Pero a veces hay que recordarse que la biodiversidad es ese casi fractal de seres vivos distribuidos en el espacio y el tiempo, que interactúan y que transforman procesos químicos relativamente sencillos en una explosión de formas y comportamientos. A veces hay que apartarse de los números y dejarse asombrar por la evolución y su borrachera creativa.
En las últimas semanas me sorprendí con dos especies de las que nunca había oído hablar. La primera es un caracol de concha casi inexistente que habita en los bosques húmedos de Anaga, en las Islas Canarias y la segunda un escarabajo, también de los bosques húmedos, pero de América del Sur.
En las últimas semanas me sorprendí con dos especies de las que nunca había oído hablar. La primera es un caracol de concha casi inexistente que habita en los bosques húmedos de Anaga, en las Islas Canarias y la segunda un escarabajo, también de los bosques húmedos, pero de América del Sur.
Plutonia lamarckii (que creo es sinónimo
de Insulivitrina
reticulata, ah,
la taxonomía…) es el caracol. Son fáciles de ver a lo largo de los senderos
ecoturísticos de Anaga. Parecen más bien babosas de tan delgada que es su
concha, una capa dorada contra la piel gris oscuro o marrón del gasterópodo. Esto
fue lo primero que llamó mi atención cuando me detuve a verlos arrastrarse por
los tapetes de musgo. Luego me distraje pensando cómo tomaría uno
muestras de musgo si quisiera hacer un análisis filogeográfico. ¿Dónde empieza
y dónde acaba un individuo en aquel manto continuo que parece cubrir toda la
montaña? Alice y Josh, los amigos con quienes recorría el sendero de Cruz de
Taganana a Taganana, tampoco caminaban, pero apuntaban sus ojos no al musgo
sino a las copas de los árboles en busca de la paloma endémica Columba junoniae. Anaga es uno de esos sitios de
alto endemismo dentro de un sitio de alto endemismo. El más diverso de Europa,
si permitimos el engaño político de llamar al sitio Europa aunque
sea África.
Comenté la concha de los caracoles (ahora sé
que es la característica de la familia Vitrinidae,
los caracoles de vidrio). Luego notamos que había muchos en el sendero, dejando
su rastro plateado sobre las rocas húmedas. Cuidado de no pisarlos. Mira
cuántos cadáveres ya hay. Y mira cómo los vivos se agrupan al rededor de los
cadáveres ¿sí? Sí. ¿Se los están comiendo? No, espera. Sí, definitivamente sí.
Caracoles concha de vidrio caníbales carroñeros:
¿Serán solo carroñeros o cazan y matan a los
de su propia especie? Cuando menos los vimos atacarse entre sí en luchas que no
dudo pueden llegar a muerte. Aquí un video, cortesía de Alice Risley:
Caracoles caníbales. Noticia viaja para los
malacólogos. Una búsqueda veloz por internet me enseñó que Triplofusus
giganteus, el
caracol marino gigante de Florida, también es un depredador que puede atacar a
su propia especie (Dietl 2003); y que seguir
el rastro de mucosa de otros caracoles y babosas es la estrategia de caza del
caracol terrestre Euglandina rosea (imagino por eso llamado caracol lobo), especie
que no ataca a sus conespecíficos (Shaheen et al 2005). Y así comencé a
engendrar hipótesis evolutivas e imaginé experimentos que nunca haré pero a los
que dediqué una la placentera fantasía de una tarde.
Ahora paso a la segunda especie de la que
quería hablar. El curioso caso de Onychocerus
albitarsis: el escarabajo con aguijones, como de alacrán, en la punta de
las antenas. A Onychocerus albitarsis
no lo he visto en vivo. Llegué por que James Kitson mandó el artículo "Convergent evolution in the antennae of a
cerambycid beetle, Onychocerus albitarsis, and the sting of a scorpion" (Berkov et al. 2008) a un grupo
de colegas y a mí. Imagino que detrás del artículo hubo un grupo de biólogos
que estaban haciendo otra cosa en el bosque húmedo de Perú cuando no
resistieron evaluar más de cerca (dígase con microscopía electrónica) a esta
especie. Y con razón:
Arriba, el escarabajo Onychocerus albitarsis, la
flecha señala el aguijón. Abajo, un dedo inflamado tras la picadura. Imagen del
artículo "Convergent evolution in the antennae of a cerambycid beetle,
Onychocerus albitarsis, and the sting of a scorpion", derechos reservados
para Springer-Verlag.
A la izquierda, el aguijón de un escorpión.
En medio, el aguijón de Onychocerus albitarsis. A la derecha otra especie de escarabajo cercana, sin aguijón. Imagen
del artículo "Convergent evolution in the antennae of a cerambycid beetle,
Onychocerus albitarsis, and the sting of a scorpion", derechos reservados
para Springer-Verlag.
Ni de lejos muy venenoso, pero suficiente
para hinchar un dedo e imagino desalentar a un depredador. La sorpresa no es la
toxina, muchos escarabajos sueltan un líquido defensivo en forma de spray (cosa
que por cierto un Carabus faustus o C. abbreviatus tuvo a bien recordarme en el mismo sendero de los caracoles), sino
que esta especie lo administre con un aguijón, como los alacranes. Mi nuevo
ejemplo favorito de convergencia evolutiva.
Sí, es una curiosidad del mundo natural, como
la de los caracoles caníbales de Anaga. Pero historias así, de esta realidad
siempre más fantástica que la ficción, son las que encienden el ánimo de
quienes nos dedicamos al estudio y conservación de la biodiversidad.
Referencias
Berkov
A, Rodríguez N, Centeno P (2008) Convergent evolution in the antennae of a
cerambycid beetle, Onychocerus albitarsis, and the sting of a scorpion. Naturwissenschaften, 95, 257–261.
Dietl GP (2003) First report of cannibalism
in Triplofusus giganteus (Gastropoda: Fasciolariidae). Bulletin of marine science, 73, 757–761.
Shaheen
N, Patel K, Patel P, Moore M, Harrington MA (2005) A predatory snail
distinguishes between conspecific and heterospecific snails and trails based on
chemical cues in slime. Animal Behaviour,
70, 1067–1077.