Páginas

jueves, 19 de septiembre de 2013

Cementerios

No ha visitado una ciudad quién no se para en su cementerio. El cementerio de Assistens en Copenhague, Dinamarca, bulle de gente que corre, se sienta a leer o que lo cruza en bicicleta de camino al trabajo. Una vez que lo visité, al pié de la tumba de Niels Bohr un actor personificaba al físico. Leía la carta abierta que Bohr escribió a las Naciones Unidas con respecto a la investigación en energía nuclear y sus implicaciones militares. El cementerio de Plain Palais en Ginebra, Suiza, es pequeño pero con espacios verdes abiertos entre árboles de copas maduras. Dos de ellos son una pareja de Ginkgo biloba, la hembra cerca de la entrada y un macho no muy lejos de la tumba de Jorge Luis Borges. El panteón de San Gabriel Chilac, en el estado mexicano de Puebla es austero y con muchas cruces de madera. En día de muertos parece la superficie del Sol de tanto cempaxochitl que lo cubre. Es un hormiguero formado por todo el pueblo que se vuelca a estar con sus muertos.

El panteón de Dolores en la Ciudad de México tiene avenidas con nombres de poetas. Mis abuelos maternos están en la esquina de Alfonso Reyes y Rosario Castellanos. Mi abuelo decía que en un restaurante había siempre que sentarse junto al que pagaba el trío, y cuando lo enterramos los del entierro vecino traían mariachi. Mis abuelos paternos no están en un cementerio. A mi abuelo lo exhumamos cuando murió mi abuela y luego los cremamos juntos. Sus cenizas están en el jardín de casa de mis padres, bajo una placa que dice "no mueren quienes nos enseñaron a imaginar la eternidad".

A mi tía abuela Esther también la cremaron. Hace 4 días. Traigo su muerte fresca sobre el ánimo. Será por eso que vine a pasar la tarde al cementerio de Earlham en Norwich, Inglaterra. Necesitaba hablar con el silencio de los muertos.

Me gustan los cementerios. Trato de visitarlos siempre que voy a una ciudad nueva. Por eso es ridículo que en los tres años que llevo viviendo aquí nunca había entrado en el corazón de éste. En otros de Norwich sí, más pequeños y abrazados a iglesitas centenarias. Y en la periferia más moderla de éste también, pero nunca en su centro ni sus avenidas principales. No sé porqué. Por tonta.

Y hoy lo recorrí entero. A biciqueta, a pié y en bicicleta de nuevo, mientras la tarde se empezaba a pintar de tonos claros y las sombras a dormirse por falta de luz. Empecé a escribir esto en una banca colocada en memoria de una mujer con la versión inglesa de mi nombre. No pensaba irme, aún quedaba al menos una hora de luz. Pero el velador llegó a anunciar que estaba a punto de cerrar la última puerta. Los cementerios tienen puertas y cierran de noche (y en algunos días festivos). A estas altura ya debería recordarlo.

Mi tía tenía, en sus propias palabras, más caídas y resurrecciones que Jesucristo. También cáncer de hígado, cáncel de piel y un humor envidia del mejor equipo de güionistas. "Sigo viva por los libros que quiero terminar de leer, no por Dios ni por ustedes, aunque a ustedes los quiero mucho". Murió sin agonía, lúcida y pocos días después de brindar con tequila en su cumpleaños 92.

Su muerte y yo quedamos en buenos términos. Pero mi cuerpo apenas va terminando de sacar la tristeza. Deambular por este cementerio me sirvió no por sus muertos anónimos, sino por sus vivos. Creo que de todos los cementerios que he visitado este es por mucho el biológicamente más diverso. No he visto otro lugar en Norwich con tantas especies de árboles distintas. Muchas de ornato e introducidas, sí. Pero no hay parque o jardín botánico cerca con tanta diversidad. Había especies de Taxus baccata, Cedrus libani, Thuja sp., Quercus spp. Juglans sp., Picea abies, Populus canescens y el Pinus sylvestris con el de tronco más grueso que he visto en East Anglia. Y la lista va igual para arbustos que no sé identificar y para varias herbáceas que son silvestres y nativas. Además estaba yo en la hora que los pájaros comienzan su regreso y los murciélagos su partida. No había rincón del cielo sin movimiento.

El cementerio está rodeado por la ciudad como la mayoría de los cementerios a los que la urbanización se tragó sin atreverse a destruir. Imagino debe ser el caso en muchas partes del mundo. He visto fotos de cuando el Panteón Municipal de Puebla, México, estaba en las afueras de la ciudad y la 11 Sur ni existía como avenida propiamente dicha. Creo que panteones así son una especie de isla que se mantiene en el tiempo. No por esto creo que funcionen como una entidad biológica cerrada. Las puertas me hubieran detenido a mí (o cuando menos a mi bicicleta, yo me hubiera saltado), pero no creo que lo hagan con los animales y el polen y semillas de las plantas. Un amigo ecólogo opina que las ciudades también son ecosistemas y tiene razón. La población de aves, insectos, mamíferos, plantas y toda la demás biota que este cementerio mantiene debe ser parte importante de la dinámica de la fauna y flora urbanas de Norwich.

Y es así como el lugar donde vamos a poner nuestros muertos puede ser el que más vida albergue.

Es el tipo de cosa que le hubiera contado a mi tía. Me quedaré sin saber cuál hubiera sido su comentario en respuesta, pero tengo el recuerdo de la dicha que fue compartir una conversación con su mente audaz.