Soy un desastre. No me queda mas que pedir disculpas a quién incauto se asome a este solitario blog, y que regañarme a mi misma de nuevo por la falta de disciplina. Esta vez mi excusa es que mi computadora abandonó la tierra de la funcionalidad, se rompió toda la rutina que ya tenía armada y se perdió una entrada de blog que tenía en borrador. Aquí va un mes después de lo que debería.
El doce de julio falleció Alfonso Serrano. Nunca lo conocí en persona, sólo de apodo (El Pingüino) y de alguna conferencia que atendí. Era físico. Conozco bien a otros dos (grandes) científicos que eran cercanos a él. Sé que la noticia de su muerte les dolió y uno mis condolencias con la impotencia de todo consuelo.
El Pingüino y yo tenemos en común a la Sierra de La Negra, Tliltépetl en la voz nahua. Esa montaña, volcán, que parece pequeña sólo porque acompaña a la elevación más alta de México, el Citlaltépetl. Ambas corazón del Área Natural Protegida Parque Nacional Pico de Orizaba, un importante remanente de bosque de coníferas y encinos que con la altitud aparece en medio de un clima desértico. Hermoso e irreal fenómeno, laboratorio evolutivo, aunque tan común le parezca a nuestros ojos mexicanos acostumbrados al surrealismo.
El pasado abril subí ambos colosos para colectar muestras de Juniperus monticola, Pinus hartwegii, Eryngium proteiflorum y Cirsium ehrenbergii, especies que terminaron por crecer a más de 3500 msnm por perseguir al frío. Antes, durante los períodos glaciales, se distribuían más abajo, pero tuvieron que subir cuando el clima se calentó en el periodo interglacial que es el presente nuestro. O por lo menos esa es la hipótesis base de mi estudio, ya veremos que deparan los resultados. El punto es que el pasado abril estuve ahí, siete años después de haber ido en una excursión como parte del Taller de Ciencia para Jóvenes que organiza el Instituto Nacional de Astrofísica Óptica y Electrónica (INAOE).
Y es que en la cima de La Negra, a 4581 msnm, se levanta el Gran Telescopio Milimétrico (GTM). El más grande y más sensible radio telescopio en su tipo: una antena de 32 m de diámetro (pronto será de 50) que sirve para realizar observaciones astronómicas en ondas milimétricas. El proyecto es una colaboración binacional entre el INAOE y la Universidad de Massachusetts Amherst. Empezó en 1997 con la selección de la montaña y la básica, pero complicada, tarea de construir un camino que soportara la maquinaria pesada que tendría que subir hasta donde se siente la falta de oxígeno. Si hacer una casa en medio de la civilización implica todos los contratiempos que los arquitectos conocen, y levantar un segundo piso de periférico acarrea toda la problemática que el DF sabe relatar, imaginen lo que fue construir allá arriba 37 pilares anclados a una profundidad de 20 m y una rotonda subterránea hueca de 40 m de diámetro y 6 m de profundidad. Luego un cono de concreto hueco de 15 m de altura, en cuyo ápice finalmente se ancla el pivote que soporta al telescopio, la antena de 50 m de diámetro.
Al ahora guardia de la caseta de vigilancia en las faldas del volcán, le tocó trabajar en la construcción hace unos años. Lo conocimos en una granizada de regreso de la colecta (mis ayudantes de campo aún se quejan de las tortas frías de pipián que comimos aquel día). Nos contó de cómo, de la nada, se venían tormentas eléctricas que prendían los focos y enloquecían a los generadores eléctricos mientras los albañiles corrían al refugio de madera sintiendo la estática en la piel.
En fin, solo un ejemplo para no entrar en el cuento largo, político, económico, académico y logístico que sé fue, y es, la construcción y operación del GTM. A la fecha no está por completo terminado, pero con todo las observaciones ya comenzaron. El pasado 17 de junio el GTM se asomó formalmente a Messier 82, una galaxia starburst (no me arriesgo a traducir) a 12 millones de años luz. O sea cerca, porque en realidad este instrumento permitirá explorar galaxias muy, muy lejanas.
Imagino que con tales investigaciones algún día entenderemos más sobre el universo primitivo. Imagino (mantengamos el optimismo) que algún día tendré algo que decir sobre la vegetación de alta montaña y las glaciaciones. Curioso pensar que ambos temas confluyen en el Tliltépetl, a la sombra del Cerro de la Estrella.
Mencioné que estuve ahí 7 años atrás para contextualizar dentro de mi propia realidad el grado de paciencia y de visión que requieren proyectos como este. Sólo apto para quienes pueden concebir el largo plazo. Mis respetos. Imagino que los hombros de El Pingüino fueron los que soportaron buena parte de la responsabilidad y el entusiasmo que se han requerido para sacar adelante un proyecto científico así. Buena suerte y ánimos a quienes ahora llevan la estafeta. También gracias.